AL AZAR

Poco dispuestos a morir por su país

Las giras de Zelenski confirman el entusiasmo mundial hacia su entereza frente al invasor ruso

Matías Vallés

Matías Vallés

EstasxxEn un spoiler para facilitar la lectura, se adelanta que la mayoría de habitantes del planeta están poco dispuestos a morir por su país, que no es exactamente lo mismo que presumir en el Congreso de amor a la patria hasta la última gota de sudor o de sangre. Michael Moore ya demostró que los congresistas estadounidenses no tenían a un solo hijo combatiendo en los frentes asiáticos, un detalle que no rebajaba sus emotivos discursos.

La renuencia a morir en combate se ha propagado por el planeta y no entiende de PIB, véase el flujo de varones en edad militar que huyeron de la contienda siria y similares. El apego a la propia vida, que dificulta su entrega gratuita a valores patrióticos, cursa con la estimulante consecuencia de dificultar que las naciones con vocación imperialista invadan otros territorios. Es casi reiterativo recordar a Estados Unidos huyendo de Afganistán, o a Rusia encenagada en Ucrania.

Por desgracia, la cobardía de anteponer la propia vida a una muerte de uniforme también convierte a las naciones en presas fáciles de sus enemigos exteriores, que puedan pagarse un ejército mercenario. Veinte años después de la liberación a muerte de Irak, en lo que Obama definió como una «guerra optativa» frente a la «guerra necesaria» de Afganistán, tanto el presente de Ucrania como el futuro de Taiwan a doscientos kilómetros de China demuestran que la salvación se sustenta en el sacrificio de los nativos. A propósito, el expresidente estadounidense sería acusado en España de enaltecimiento del terrorismo, por su ligereza al bautizar una invasión de Irak con cuatro mil soldados americanos muertos y más de treinta mil heridos. Alivia constatar que en otras geografías se respeta la libertad de expresión.

Las giras de Zelenski confirman el entusiasmo mundial hacia su entereza frente al invasor ruso. No siempre se advierte que la felicitación a los valerosos ucranianos incluye el compromiso a imitar su temple casi suicida, lo contrario supondría una hipocresía sangrienta. Kiev ha demostrado que Rusia no puede invadir ni a Letonia, pero esta evidencia no impedirá una carnicería en la hipótesis de una nueva derrama bélica de Moscú.

Los occidentales ni siquiera contemplan la posibilidad de morir por su país. Por fortuna, añadirá un pacifista, pero el triunfo de sus axiomas obliga a replantearse los encendidos discursos y actuaciones. El mayor trauma de compromiso nacional que abate a un español es la disyuntiva entre votar a una formación extremista o al bipartidismo. Esta angustiosa decisión se halla a cierta distancia de los dilemas que se afrontan en Ucrania y en Taiwan, o quizás en la propia España si se preocupara por consultar un mapa.

La entrega vital es tan infrecuente como argumento que obliga a refugiarse en autoridades externas para justificar su discusión. El semanario The Economist, una publicación ultraliberal que entusiasma a la derecha patriótica, concluye un informe sobre Taiwan señalando que su destino será decidido finalmente por la disposición de sus ciudadanos a plantar batalla al coloso chino. Y es innecesario precisar que esta contienda se libra a vida o muerte.

De hecho, China ha comprendido que la anexión de Taiwan puede consumarse sustituyendo el siempre ingrato derramamiento de sangre por el diluvio publicitario. Pekín suscribe la doctrina expresada por el imprescindible Mark Galeotti en La conversión de todo en armas. El deporte o las promesas económicas pueden ser más efectivas que un desembarco armado, si la población se ha impuesto el dogma de que un país no vale una vida, sobre todo si se trata de la propia.

Tsai Ing-wen, la presidenta de Taiwan, se merece una mención nominal en cuanto autora del aforismo «la paz no nos caerá del cielo», de exótico sabor oriental por no hablar de la evocación a los bombardeos aéreos. Conviene almacenar los discurso encomiásticos a Ucrania, para actualizarlos cuando China intente engullir a su vecina. Hay sectores de la población taiwanesa que ya han sucumbido a la propagando del coloso de al lado, y que se apuntan solapadamente a una conquista suavizada al estilo de la prometida a Hong Kong. En España los llamarían afrancesados.

Desde el prisma castrense, la escasez de materia prima inducida por la propensión decreciente a morir en combate acelerará la implantación de las ciberguerras, estrenadas en el laboratorio de pruebas ucraniano. Los ejércitos ya no triturarán a peones, los civiles aportarán los cadáveres accidentales sin salir de casa, y la guerra dejará de ser un acontecimiento definitivo para encajar como un suceso probabilístico. Cada vez menos gente quiere vestirse de muerte.

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