El contrapunto

Destrucción y degradación

Rafael de la Fuente

En la capital alemana, en Berlín, no lejos de la legendaria Unter den Linden, nos llegaron entonces aquellas memorables palabras. Provenían de una muy docta dama. Llenas de preclaras observaciones y certezas y con horizontes casi bíblicos. Las pronunció mi admirable maestra y buena amiga, Madame Maguelonne Déjeant-Pons, la que fuera entonces la directora de la División Medioambiental y de Desarrollo Sostenible del Consejo de Europa. Fue su emocionante intervención el pórtico de oro de la solemne sesión de apertura de aquella inolvidable Conferencia Internacional. La que se celebró sobre Turismo Sostenible, Medio Ambiente y Empleo. Y la que ella presidió en unión de otros altos dignatarios de grandes instituciones de la Unión Europea. Fue celebrada ésta entre el 11 y el 12 de octubre del año 2000. Muy apropiada para ennoblecer el comienzo de un nuevo siglo. Conservo cuidadosamente el texto completo de esa importante alocución, la que a continuación me permito citar, siempre con emoción y respeto:

«Turismo y conservación, zonas costeras y regiones marítimas. La resolución (73) 29 relativa a la protección de las zonas costeras adoptada por el Comité de Ministros, ya consideraba crítica la situación de una gran parte de las costas de Europa, por la extrema gravedad de las destrucciones y las degradaciones estéticas y biológicas debidas especialmente a la implantación anárquica de las construcciones de inmuebles, de industrias, de equipamientos turísticos en las zonas litorales. La resolución constataba que la situación de riesgo se agravaría aún más en el futuro, si se tiene en cuenta por una parte la peculiaridad de las zonas costeras y la fragilidad del litoral y de otra parte la concentración creciente de las actividades humanas en esas zonas, entre otras causas por el turismo. Se considera en consecuencia que una protección eficaz de las costas implica la toma de conciencia simultánea de la existencia de intereses y de problemas múltiples. Tales como el mantenimiento de los equilibrios ecológicos y biológicos, la conservación de la estética de los paisajes y los recursos naturales, la promoción del desarrollo económico y turístico y la salvaguardia de determinadas zonas del ‘arrière-pays».

La Recomendación Nº R (84) 2 del Comité de Ministros a los Estados miembros relativa a la Carta Europea para la ordenación del territorio recomienda que los gobiernos basen su política nacional sobre los principios y los objetivos enunciados en esta misma Carta, la que en anexo constata a propósito de las regiones costeras y las islas lo siguiente:

«El desarrollo del turismo de masas en Europa y los transportes consiguientes, así como la industrialización de las zonas costeras, las islas y los espacios marítimos tienen la necesidad de políticas específicas para que esas regiones tengan presente la importancia de conseguir un desarrollo equilibrado y una urbanización coordenada, que respeten las exigencias dictadas por la protección del entorno natural y las características regionales».

«La recomendación Nº R (85) 18 del Comité de los Ministros a los Estados miembros relativa a las políticas de ordenación de las regiones marítimas subraya que las regiones marítimas europeas representan al mismo tiempo un patrimonio natural frágil y especialmente una zona de atracción para el turismo de masas. Ella preconiza así una organización racional del turismo que impida que el desarrollo de las industrias del ocio termine acarreando una degradación irreversible de aquellos valiosos espacios naturales de ciertas regiones costeras de Europa. Eso señalaría que, llegado el caso, se podría establecer una reglamentación que permita la limitación del número de visitantes en ciertas zonas determinadas. Lo que debería permitir el que se evite la destrucción del medio natural y de los marcos de referencia existenciales habituales de la población para evitar de esa forma en el litoral nuevas sobrecargas ecológicas y estéticas».

Hasta aquí las palabras, imprescindibles, por su inteligencia, su eticidad y la lucidez de su visión, de doña Maguelonne Déjeant-Pons, experta indiscutible y gran amiga y buena conocedora de España, su cultura y su lengua. Sería una falta de respeto – casi un sacrilegio – el añadir cualquier comentario a este texto, al que considero, desde hace años, un imprescindible eje doctrinal, como realmente lo es para este modesto servidor de ustedes. Incluso aunque se tratara de algo tan importante como la mención de los peligros que acechan en la actualidad a nuestra amada e irredenta Málaga, con sus patrimonios más sagrados en el punto de mira de inquietantes amenazas.