Inmersos en la segunda ola, la provincia de Málaga está encendida desde su interior hasta el litoral. La vehemencia áspera y el bochorno también se puedo advertir en un acalorado, descortés y adusto ‘cara a cara’ entre Sánchez y Feijóo. Si esta semana las olas son las protagonistas, ante ambas coyunturas: sofoco ambiental y congoja política, me sobreviene la expresión resaca. Una corriente de resaca es un flujo superficial (o sub-superficial) de agua la cual se aleja de la costa y se dirige hacia lo profundo de la inmensidad azul. Se modela como un canal con un movimiento raudo el cual no te hunde, sino que te arrastra mar adentro. Estas resacas se generan por un rompimiento irregular de la onda a lo largo de su cresta -tal como vimos en el convulso encuentro de los aspirantes a presidir el Gobierno-. La orilla televisiva del pasado lunes se convirtió en un acantilado donde los presidenciables tuvieron un debate frente a frente muy sardónico y abrupto.
Ciñéndome al término resaca como oleaje, marea, retroceso y no al malestar, desazón e intranquilidad que genera su otra acepción después de una jornada vivida y brindada por la exaltación de lo efímero; lo cierto es que estos torbellinos nos seducen para adentrarnos en lo recóndito del mar de nosotros mismos. Para facilitar este encuentro, la Asociación Andaluza de Filosofía y su presidente, Rafael Guardiola –profesor del malagueño IES Jacaranda-, han diseñado una optativa pionera a nivel nacional ‘Filosofía y argumentación’ que los alumnos andaluces podrán estudiar el próximo curso. La finalidad es ofrecer competencias para pensar correctamente. «La lógica es una de las bases fundamentales para llegar a acuerdos, para poder dialogar», apunta Guardiola. Nuestros políticos deberían incorporarla a sus prácticas para evitar tanta sinrazón y discordia. Un amigo me recuerda que la felicidad se constata en un amanecer sin resaca.