EL RUIDO Y LA FURIA
Deudas
Yo le debo a Kundera la mitad del jornal de aquel poema. Nunca lo hubiera escrito de no encontrar la foto

Milan Kundera. / EFE
Ahora que el calor es una amenaza seria, un animal enfurecido que recorre las calles con instinto criminal y hace los días peligrosos y las noches inhabitables, he descubierto que en silencio se soporta mejor. El silencio, lo acaban de decir unos expertos, se oye, literalmente, aunque parezca un oxímoron. En alguna novela mala alguna vez leí aquello de «el calor podía masticarse en un silencio atronador». Ahora parece una profecía, cursi, como casi todas las profecías, pero profecía al fin y al cabo.
Y así, bajo el calor y el silencio, se nos ha muerto Kundera. Si alguna vez Europa ha sido o es Europa acaso se lo debemos a quienes la pensaron, y no tanto a sus países, sus parlamentos o su moneda única. Kundera resumía su condición de europeo reclamando que su biografía fuese así de escueta: «nació en Checoslovaquia. En 1975 se instala en Francia». Así, eso nada más, con la levedad en la que tanto insistía y con la que tituló su obra más famosa, ‘La insoportable levedad del ser’.
No me gustó la novela. La compré en una librería de lance, una de esas ediciones baratas, de kiosco. Pero dentro encontré una foto. En ella se veía una muchacha, muy joven, posando algo triste en lo que parecía el jardín modesto de un adosado de extrarradio. Acaso no me gustó la novela porque me perdí elucubrando sobre la chica y sobre quién olvidó la foto entre las páginas del libro. Al final lo escribí en un poema: «Todo cuanto me queda de ti/ es una foto escondida/ en una novela que fue famosa./ Sales muy triste en esa foto./ Es de aquellos días,/ de cuando agotamos los reproches/ y nos repartimos los escombros./ Es fácil resumir lo que nos pasó./ Un día te embargó el cansancio/ y te sentaste a ver cómo te amaba,/ vigilando que cumpliese con mi parte,/ pero dejándome a deber la tuya./ Yo seguí el juego un tiempo,/ hasta que el país de tu pecho/ se me volvió extranjero,/ hasta que fui igual/ que la palabra indiferencia./ Nos dijimos adiós y yo,/ vacío,/ un pájaro muerto en mi sangre,/ guardé la foto en esa novela/ que nunca acabé de leer».
Uno debe reconocer sus deudas, y yo le debo a Kundera la mitad del jornal de aquel poema. Nunca lo hubiera escrito de no encontrar la foto, y nunca hubiera encontrado la foto de no haber comprado la novela, y la compré por la única razón de que era o había sido famosa y entonces todavía pensaba que debía leer las novelas que se hacían famosas (era muy joven todavía, pero he ido aprendiendo).
También le debo terminar de leer la novela. Como el personaje del poema, nunca la acabé, y ahora, no sé, me da pereza. Será por el calor, por la insoportable gravedad de su estruendo, tan parecida a la muerte.
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