Se ha vuelto frecuente negar las cosas porque sí, sin razón alguna o más bien sin argumento, porque razones siempre hay, aunque no haya razonamiento. El caso es que ya no sólo se escucha a gente negar que la tierra es redonda y que la proclaman plana como si fuera su encefalograma, ni sólo los que nos previenen contra las vacunas como si fuéramos los demás los enfermos o los que niegan el cambio climático que les seca el cerebro y que les lleva luego a decir que no existe tampoco la violencia de género, ni la sequía, la discriminación o los incendios. Y que todo son patrañas, artimañas entre los que mandan y el gobierno para distraernos de la verdadera realidad que sólo saben ellos. No importa la evidencia científica que exista alrededor del particular asunto, ni los datos de los que se disponga para informarse, no importa ni la más pura ni simple lógica, todo puede ser mentira, falso o declarado un engaño con tan solo una leve mueca.

Y así estamos, que un día el hombre no ha pisado en realidad nunca la Luna como al día siguiente hace años que estamos invadidos por especies de otros planetas que se disfrazan más o menos bien de personas. Y es que en un contexto donde lo razonable no hace pie cualquier creencia nos calza.

Siempre han existido constructos alternativos que con muy poco han pretendido explicarlo todo, pero es que últimamente se le está dando voz y bombo a las más disparatadas ocurrencias y los devotos de cada una de ellas ya no sienten el más mínimo rubor por defenderlas y lo que antes se hacía tal vez en petit comité ahora se lleva a los periódicos, a la tele y al parlamento, naturalizando y legitimando peligrosamente así opiniones y discursos basados en la ignorancia, cuando no en el desprecio al conocimiento o en viles intereses.