Qué difícil es llegar a tiempo, cuando toca, en el momento justo, ni demasiado pronto para que nadie espere, ni demasiado tarde para que no quede nada. Casi siempre llegamos tarde a los sitios, a las oportunidades, a las personas, cuando ya no se cabe o no se encaja o no funciona. Y sin embargo ahí nos quedamos, insistiendo o resistiéndonos a creer que no es el momento correcto o a esperar a que vuelva a serlo. Al fin y al cabo, tampoco se puede pasar uno la vida buscando ese lugar y momento adecuados y más bien lo que nos toca es quedarnos en algún sitio e ir acomodándolo como bien se pueda y si ya no se puede y se nos vuelve demasiado incómodo no nos queda otra que marcharnos y volver a intentar llegar a tiempo a otro lado, donde tal vez no sea ya muy pronto, donde quizá todavía no nos anochezca o nos bajen la persiana.

Es tan difícil hacer coincidir el lugar y el momento, llegar a tiempo y nos sucede en tan pocas ocasiones que cuando por suerte lo conseguimos lo mismo ni nos damos cuenta y se nos escapa.

Cuántas veces miramos atrás y pensamos que deberíamos haber valorado tal situación a la que podríamos haber sacado mejor provecho, o echamos de menos a alguien que no valoramos o cuidamos en su momento y se nos fue de las manos la oportunidad y la suerte. Porque a veces no es que nos escape el tren, es que nos dormimos en el asiento o nos bajamos precipitadamente en cualquier estación de mala muerte. Y entonces no nos queda otra que cambiar de andén y coger el tren de vuelta, o agarrar las maletas y caminar hasta la siguiente estación, porque lo que está claro es que no pasa nunca dos veces el tren correcto por la misma parada.