Opinión | Viento fresco
Garrafón en Suiza
Puigdemont y el PSOE se citan en ese país. No sabemos con qué árbitro, ganas e intenciones

Carles Puigdemont en Perpinyà / ACN
Puigdemont y los socialistas se reunirán en Suiza con un verificador. No sabemos ni cuándo ni en qué lugar de ese país ni el nombre del verificador. O verificadora. La curiosidad le asalta a uno. Una curiosidad, digamos, moderada, no es la curiosidad, por ejemplo, de cómo quedará el siguiente partido del Barcelona o la curiosidad de cómo estará hoy el humor del jefe. A la mayoría de los españoles les gustaría saber más sobre ese encuentro, el problema es que la mayoría de los españoles no tienen ni idea de que ese encuentro va a producirse. Tal vez sea en un elegante restaurante, en el que Puigdemont, por añoranza, pida una butifarra y una mejor financiación para Cataluña, un referéndum, la receta de la sopa castellana y dos huevos, uno de ellos duro; con un Santos Cerdán, del PSOE, pidiendo agua y concreción, votos y menos ruido. El catalán ha amagado estos días con juntarse con el PP para presentar una moción de censura en el futuro si Sánchez no cumple. Feijóo habrá comenzado a salivar y a hilvanar un argumentario futuro en el que se diga que, ejem, bueno, la amnistía no estuvo tan mal. Pronóstico arriesgado: puede durar más en la vida política española Puigdemont que Feijóo. Antaño iban los españoles a Suiza (qué delicia aquella película, ‘Un franco, catorce pesetas’) a buscarse la vida como emigrantes. Ahora van a exiliarse, dar la tabarra, negociar lo que se debería negociar dentro de nuestras fronteras y a ver el lago Leman, que uno visitó de mochilero tieso y que es un espectáculo estupendo. En España gustan tanto los cargos que no habrán faltado postulantes para el cometido de verificador, oiga, que yo verifico estupendamente. Verifique, verifique, joven. No sabemos si el perfil requerido es el de un notario o más bien el de un juez de línea, no descartándose que prefieran un don Tancredo o un árbitro bigotudo de boxeo con tendencia a permitir los golpes bajos.
A lo mejor es un viejo diplomático, que antes de hablar insta a las partes, recordando lo de Gaza, a no emplear tan a la ligera el término conflicto. O un barman de Chueca que lo hinche a copas. A ver si alguna vez es a ellos a quienes les duele la cabeza. Y que verifiquen si no nos están dando garrafón. Ellos a nosotros.
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