Opinión | EL PASEANTE
Mamá, estoy bien

En los últimos años, el consumo de la pornografía ha aumentado entre los menores. | L.O. / Chaima laghrissi. málagaefe
Con esas palabras escuetas una adolescente en paradero desconocido ha intentado tranquilizar a su madre hace unos días. Una buena amiga, con su ánimo devastado, me llamó para contarme la penúltima pelea doméstica contra el fruto de su vientre (así, en frase bíblica) que la está martirizando, y para quien no dispone de ayuda psiquiátrica inmediata y constante. Con motivo del Día Internacional Contra la Violencia Hacia la Mujer, una serie de estudios han revelado que buena parte de nuestros jóvenes aprenden sus conductas sexuales en la pornografía. Cuando acceden a una relación íntima utilizan, sin contexto, sin pericia y, lo peor, sin consentimiento, cuantas vejaciones han asumido como necesarias, desde los portales del porno. Como contraste, si alguna profesora o profesor iniciara un debate sobre este aspecto en una aula de instituto para que ese alumnado, ahora prisionero de sus instintos, explicase con toda franqueza sus hábitos sexuales, y se expusieran esas dudas donde hay que hacerlo, esto es, en el centro de enseñanza, se arriesga a quejas ante el director (me ha sucedido) y denuncias de familias que sentirían violada la moral hogareña. En determinadas zonas es complicado, incluso deporte de riesgo, desvelar el pecaminoso proceder reproductivo humano cuando se profundiza (perdón por el verbo) más allá del polen, la florecilla y el abejorro y se llega, como aquel chiste, a la mamá gozosamente empotrada sobre lo alto de la lavadora, esa cruda aunque deseable realidad del asunto. Hay familias que prefieren que su prole aprenda las miserias existenciales en las esquinas del barrio. A esta tipología de escollos aludidos, hay que sumar las cifras de suicidios, trastornos alimentarios, fracasos escolares o un profundo sentimiento de desprotección, síntomas de que ese conjunto de resortes administrativos y asistenciales que reduciría el catálogo de frustraciones y torpezas que ahora despliega una parte significativa de nuestra adolescencia, está funcionando muy mal e, incluso, ni existe.
Pretendemos una juventud épica. El fracaso escolar junto con un buen número de los problemas antes expuestos manan desde la soledad y responsabilidades que depositamos en chicas y chicos cuyos padres padecen horarios laborales que les impiden atender las carencias afectivas de sus hijos. Jóvenes superhéroes y heroínas que llegan a casa, preparan la comida, se relajan un poco, hacen sus deberes, estudian, acuden a la academia de idiomas, desde ahí hacia actividades deportivas o musicales, regresan al hogar para una cena, en ocasiones también en solitario, a la cama y a amanecer un nuevo día, después de que sus padres macharon al trabajo. La agenda de miles de adolescentes abnegados. Pero una sociedad tiene que ser calculada para una amplia diversidad de desarrollos personales y en ese escenario inevitable, no todos los caracteres van a progresar adecuadamente, mucho menos quienes están descubriendo la jungla de la existencia sin poder consultar tanta crudeza a sus mayores. Suministramos todo tipo de dispositivos y bienes de consumo a nuestras chicas y chicos, a la vez que creemos que les estamos evitando dificultades. Consideramos que sus caminos de espinas se han transformado, por nuestro esfuerzo familiar, en veredas repletas de mariposas y flores; sin embargo, los datos borran estos paisajes Disney. Debería de ser prioritaria una mesa en que se aborden los horarios laborales para que un padre se pueda sentar a leer un libro a la vez que su hija estudia al lado; al mismo tiempo, una madre debería de tener acceso a una atención psiquiátrica o psicológica rápida cuando su adolescente ha resuelto de modo violento una situación que no sabe solucionar por otras vías. Los psicólogos en los institutos y colegios deberían de ser un cuerpo de presencia obligatoria. Un exceso de «debería» que esculpe un hondo precipicio por el que se pierden personas que sólo saben balbucear ese «mamá, estoy bien», como antídoto frente a la desesperanza.
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