Opinión | EL ADARVE
Pasar el décimo por la espalda

Isma Juárez con Pedro Sánchez en El Intermedio. / LASEXTA
Las supersticiones son el fruto de asociaciones fortuitas o aprendidas a las que se otorga, sin justificación alguna, una fuerza causal, la producción de un efecto. El problema reside en dar por cierto ese imaginario nexo causal. Dice Teofrasto que la superstición es el «amedrentamiento ante lo sobrenatural». Y es, sobre todo, el quebrantamiento de la razón.
La superstición es una creencia contraria a la razón que atribuye una explicación mágica a la generación de los fenómenos, procesos y sus relaciones sin ninguna prueba o evidencia científica, especialmente si se relacionan con la mala o buena suerte.
Los psicólogos han prestado mucha atención al estudio de la superstición extrapolando los resultados de los estudios de la conducta animal. Por ejemplo: si se alimenta mecánicamente a una paloma mientras el ave está escarbando, pronto escarbará más deprisa como si tuviese algún control sobre la provisión de alimento. Ha establecido un nexo causal entre el acto de escarbar y la recepción de alimento.
Existen, a mi juicio, diversos tipos de supersticiones. La superstición social engloba creencias que nunca se han podido probar: trae mala suerte ver un gato negro, pasar por debajo de una escalera, tirar la sal, abrir un paraguas en una habitación, llevar o ver el número 13, romper un espejo, cruzar los dedos, empezar el día con el pie derecho, el novio no puede ver a la novia antes de la boda, tocar madera, tirar monedas a un pozo o a una fuente, encontrar un trébol de cuatro hojas, la fecha martes y 13… Las personas supersticiosas tratan de evitar todos los comportamientos vinculados en la cultura a la mala suerte.
Jorge Vigil Rubio en su ‘Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales’ dice que existe una superstición ‘mágica’ (yo creo que toda superstición lo es) que abarca «el mundo de videntes, curanderos, magos, profetas, adivinos, parapsicólogos y otros delincuentes morales que se aprovechan de la ingenuidad y la ignorancia de la gente y de la azarosidad de la vida para vender consejos y profecías necesariamente necias con el beneplácito de los poderes públicos y de los medios de comunicación».
También existe la superstición religiosa. Y así se piensa que una catástrofe natural o una epidemia son la consecuencia de un castigo divino por la maldad de los seres humanos. Pensar, por ejemplo, que la enfermedad del sida es un castigo divino por los comportamientos indebidos de quienes la padecen es otro buen ejemplo. Algo parecido se puede decir sobre las rogativas para pedir la lluvia o la presentación de ex votos en algunos santuarios…
Alguien me contó hace tiempo que a un sacerdote le fueron a pedir los feligreses, ante la terrible sequía que asolaba al pueblo, que organizase unas rogativas para pedir la lluvia. El párroco, abriendo la ventana de la sacristía les dejo:
- Si quieren que salgamos en procesión, saldremos, pero les advierto que el tiempo no está para lluvia…
Edward Tylor fue el primer antropólogo en sugerir que el impulso religioso en el ser humano tiene su base en el animismo, la creencia de que las personas comparten el mundo con una población de seres extraordinarios, extracorpóreos, todos invisibles, que comprende desde las almas y los espíritus hasta los santos y las hadas, los ángeles y querubines, los demonios, genios, diablos y dioses.
Se aproxima el día en que se celebra en España el sorteo de la lotería nacional. Las supersticiones hacen acto de presencia en formas diversas. Hay quien elige un número por motivos completamente irracionales, hay quien pasa el décimo por diversas partes del cuerpo (la chepa de un jorobado, la cabeza de un calvo, la tripa de una embarazada…), hay quien reza a San Pancracio para que le toque un buen premio y quien pone el décimo cerca de una herradura…
Hace unos días, el reportero Isma Juárez, que trabaja en el programa ‘El Intermedio’, le pide al presidente del Gobierno, en el acto de presentación de su libro ‘Tierra firme’, cuando se lo está dedicando, que le permita pasar un décimo de la lotería por su espalda, ya que le considera un hombre de suerte. El presidente accede sonriendo. Las imágenes muestran el ritual y, para asombro de todos los seres racionales, el número 12035, que figuraba en el décimo y que el periodista muestra a la cámara, se agota en las administraciones de lotería.
El simpático periodista se hace eco de una superstición: hay personas con suerte y hay personas gafes, que atraen la desgracia. Y la traen no solo para ellos sino para quienes se acercan a ellos.
Ya se sabe que hay personas que tienen fama de personas con suerte y otras que la tienen de ser gafes. A veces es el mismo interesado quien se lo cree. «El Papa Pío IX, prelado amable, inteligente y santo, tenía mal de ojo. Recorriendo Roma, después de su coronación, lanzó una supuesta bendición a una niñera que sostenía un bebé detrás de una ventana abierta. De inmediato el niño cayó a la calle y murió. Desde entonces su reputación como jettatore de primer orden fue rotunda («jettatore es quien, particularmente en Nápoles, es una persona a quien se cree portadora, con la presencia o las palabras, de desgracia y molestias). Uno de sus contemporáneos dijo: si no fuera jettatore, sería muy extraño que todo lo que bendice fracase. Cuando bendijo nuestra causa contra Austria en 1848, íbamos ganando batalla tras batalla a las mil maravillas; repentinamente todo se hizo pedazos. Un día fue a Sante Aguese a presenciar un gran festival: el piso se derrumbó y la gente resultó aplastada. Después visitó la columna erigida en honor de la Madonna en la Piazza di Spagna, bendice la columna y a los obreros y uno de los obreros cae del andamio ese mismo día y se mata. Nada es tan fatal como su bendición». Lo leí hace tiempo en un libro de Bioy Casares titulado ‘De jardines ajenos’.
Una persona se puede considerar gafe y no ser considerada así por los demás. O viceversa. También puede suceder que tanto la persona como la fama coincidan. Es obvio, desde mi punto de vista que ambas valoraciones son puras supersticiones.
Bioy Casares, en esa cita, habla de mal de ojo. El mal de ojo es una creencia popular supersticiosa que está extendida en muchas civilizaciones, según la cual una persona tiene la capacidad de producir daño, desgracias, enfermedades e incluso llegar a provocar la muerte a otra solo con mirarla. Esta contraparte afectada se dice que «está ojeada», que «le echaron mal de ojo», o «el ojo encima»
Acabo de ver en la televisión a un ciudadano que juega siempre el primer numero (00000) y el último (99999), otros compran el número que una vidente ha adivinado que va a tener el máximo premio (que en España llamamos ‘el gordo’). Hay quien compra un décimo en un lugar donde ha habido alguna catástrofe.
La superstición está tan arraigada en nuestra sociedad que las filas en la administración de Doña Manolita en la madrileña Puerta del Sol para comprar lotería, lo demuestra de forma contundente. Hay quien viaja hasta Madrid, hace horas de cola, o encarga a amigos y familiares que le compren décimos en esa administración. No hay más probabilidad de que te toque el premio por comprar allí. Es exactamente la misma si se compra un décimo en una administración perdida en un pueblo pequeño. Exactamente la misma. Allí toca más porque hay más gente que compra allí. De la misma manera que tocará más veces en Madrid que en una localidad pequeña
Se cuenta que al premio Nobel de Física Niels Bohr le fueron a hacer una entrevista a su domicilio varios periodistas. Cuando ya finalizaba, uno de los periodistas le preguntó:
· ¿Cree usted que las herraduras, colocadas en las puertas de las casas, traen suerte a sus moradores?
· Claro que no, yo soy un científico. ¿Por qué me lo preguntan?
· Porque nos ha sorprendido ver en la puerta de su casa una herradura.
· ¡Ah, cierto! Es que me han dicho que las herraduras en las puertas de las casas traen suerte incluso al que no cree en ello.
Hay que luchar contra la superstición. El arma más poderosa para esa lucha es la educación. Porque la educación nos enseña a pensar, nos ayuda a descubrir las causas y los efectos, tanto en la vida personal como en la social. Dice Paulo Freire, que la educación consiste en pasar de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica.
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