Opinión | Miradas
El Ahab de Israel
El primer ministro israelí se asemeja cada vez al enloquecido protagonista de la novela más famosa del norteamericano Herman Melville

Netanyahu
En lo que sólo cabe calificar de vesania anti-Hamás, o más propiamente antipalestina, el primer ministro israelí se asemeja cada vez al enloquecido protagonista de la novela más famosa del norteamericano Herman Melville.
Me refiero por supuesto al capitán Ahab, aquel monomaniaco lobo de mar que, a bordo del buque arponero Pequod, se dedica obsesivamente a la persecución de una ballena blanca que años antes le había arrancado una pierna.
Y que, obsesionado por ese leviatán, no descansa hasta dar con él, termina arrojado por el monstruo marino fuera del barco y, atrapado en la cuerda del arpón, sucumbe a su ambición, arrastrando con él de paso a la muerte al resto de sus hombres con la sola excepción del narrador de la historia, que se hace llamar Ismael.
Al igual que pasó con aquel ballenero, en su enloquecido deseo de exterminar a Hamás, Benjamín Netanyahu no sólo acabará también políticamente hundido por su desmedida ambición, sino que está poniendo en peligro al propio Estado que se comprometió a defender.
Un Estado montado sobre la ficción de unas tierras que le pertenecen por derecho divino y que se considera por tanto, desde el momento mismo de su fundación en 1948, con derecho a discriminar, cuando no directamente a expulsar de las mismas a otro pueblo semita que lleva siglos habitándolas.
Un Estado que pretende además ser tratado por la comunidad internacional como un caso especial, esgrimiendo siempre abusivamente la tragedia del Holocausto, y que ha decidido por tanto ponerse el mundo por montera.
Un Estado cuyos políticos mienten descaradamente ante sobre lo que sucede en Gaza y la Cisjordania ocupada que se permiten decir que sus Fuerzas Armadas no violan el derecho internacional ni las leyes de la guerra en sus bombardeos indiscriminados y brutales de toda la población civil palestina de la franja con el pretexto de dar caza a los activistas de Hamás.
Y que hace impunemente escarnio de la propia ONU, a la que debe, sin embargo, su fundación como Estado y se permite – colmo de la desfachatez y la mentira- insultar al hasta ahora demasiado prudente secretario general de la ONU, António Guterres, tachándole de “peligro para la paz mundial”.
Un Estado cuyos dirigentes arden además en deseos de arrastrar a su principal valedor y sostén, los Estados Unidos de América, a una guerra con el “gran Satán”, el Irán de los ayatolas, sin que parezcan importarles las consecuencias que ello tendría no sólo para su país, sino para toda la región y el resto del mundo. ¡Sí, como aquel capitán Ahab de Melville!
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