Opinión | La vida moderna Merma
Ayudar sin macarrones
Hay que dar dinero. Suena seco. Extraño y habrá quien se ofenda. Pero es una realidad

'San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres', de Murillo / Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Cuando llega la festividad del nacimiento de nuestro Señor, en Navidad, es común que todos reflexionemos y pongamos de manifiesto con nuestras acciones las injusticias del mundo. La pena aumenta en estas fechas y la concienciación momentánea florece.
Esta sensibilidad emocional al final del año nos insta moralmente a apoyar a aquellos que más lo necesitan. A veces, esto puede ser para justificar el exceso consumista al que nos enfrentamos o, en otros casos, simplemente para ejercer la bondad y brindar apoyo a quienes más lo requieren en momentos donde la compañía es esencial.
Recuerdo haber escuchado a expertos en asistencia social afirmar, en privado, que en Málaga no hay personas pasando hambre. A primera vista, esta afirmación resulta impactante, provocando incluso una respuesta de incredulidad. ¿Cómo puede ser eso?
Sin embargo, una breve explicación revela la compleja red social existente en Málaga, similar a muchas otras ciudades, para auxiliar a quienes carecen de recursos. Aunque hay muchos pobres, es difícil encontrar personas sufriendo hambre en nuestra ciudad, a menos que lo elijan por sí mismos.
Si recordamos décadas atrás, la cantidad de personas sin hogar y mendigos pedigüeños era considerablemente mayor. Antes era común que pidieran comida, ropa o alimentos para sus hijos tocando a tu puerta. ¿Recuerdas haber visto eso en los últimos años? Probablemente no. A pesar de sus fallas, este sistema ha establecido una red de asistencia pública y privada para ofrecer un salvavidas a aquellos en riesgo de exclusión social.
Así, según aquellos profesionales, actualmente nadie pasa hambre en Málaga -salvo que la padezca a propósito-.
Es crucial que todos nos involucremos en colaborar con estas organizaciones, muchas de las cuales carecen de un respaldo público sólido. Nuestra ciudad cuenta con herramientas financiadas por todos para llevar a cabo una labor justa y necesaria.
Además de estas instituciones, existen otras entidades privadas cuya labor se sustenta principalmente en el apoyo no público. Es vital confiar en ellas, ya que están dedicadas exclusivamente a ayudar a los demás y surgieron de manera independiente sin un cordón umbilical público. El consumismo actual nos lleva a comprar sin pensar en las repercusiones, pero sería beneficioso considerar el impacto de nuestros actos.
Si aplicáramos sensatez y sentido común en nuestras acciones cotidianas, podríamos actuar de manera diferente.
Lo mismo aplica a las obras benéficas que realizamos. Muchas de nuestras donaciones y acciones caritativas se convierten en un «producto» que adquirimos, ya sea la caridad o las obras sociales.
Por ello, al ayudar a los demás, es importante conocer las entidades que llevan a cabo labores reales, su alcance y su trato con las personas a las que asisten.
Ayudar proporcionando comida es justo y necesario, pero el sistema actual nos obliga a pensar más allá. Es por eso que enseñar a pescar puede ser más efectivo que simplemente dar pescado.
Es esencial ayudar, pero hacerlo de manera efectiva. Toda ayuda es valiosa, pero la más útil es la que más cuenta. En este sentido, el trabajo municipal en el área de derechos sociales es ejemplar, al igual que el control responsable de la solidaridad por parte de la Junta de Andalucía.
Es crucial ser serios, profesionales y honestos en este sector. No todo es válido en nombre de la caridad y la ayuda. Es por ello que las administraciones realizan auditorías a entidades sociales, ya que la apariencia no siempre refleja la realidad.
Es momento de detenernos, al igual que lo hacemos al comprar, y examinar las etiquetas de las organizaciones benéficas. Participar en aquellas que sean serias, sostenibles y completamente profesionales.
Ofrecer comida a largas filas de personas puede ser rentable en televisión, pero como sociedad, representa un fracaso tanto para aquellos que aguardan en la fila como para quienes sostienen el cazo.
Hay que dar dinero. Suena seco. Extraño y habrá quien se ofenda. Pero es una realidad. Podemos aportar paquetes de arroz. O que tu hija lleve al colegio un kilo de macarrones. Pero cuanto antes asumamos que eso no es una gestión efectiva antes mejoraremos el sistema asistencial.
Los pobres -permítaseme la expresión ruda- no necesitan macarrones. Eso es barato y ya hay por todos lados. Lo que necesitan son instituciones sólidas y fuertes que puedan ayudarles a salir del boquete. Necesitan profesionales asistiéndolo. Psicólogos, orientadores laborales, menús de comida equilibrados, sanos y con todo tipo de productos.
Puedes alimentarte a base de macarrones día tras día. Y de hambre no morirás. Pero no es ése el objetivo. Sino que las familias que lo pasan mal, por mil razones posibles, vivan de la manera más parecida a la que tiene el resto de la sociedad.
¿O es que una persona sin recursos no tiene derecho? Por supuesto que lo tiene. Y para eso está el sistema y las instituciones para que así sea. Entre macarrones y nada, macarrones. Pero si de verdad queremos ayudar de forma útil, hay que dar dinero. Sea lo que sea. Todo suma. Todo vale. Y encima, ahora, en el Comedor Santo Domingo, por poner un ejemplo, aceptan Bizum en su número 00601.
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