Opinión | EL PASEANTE
Surrealismos navideños
Cuatro grandes almacenes y dos grupos de gasolineras me felicitan el cumpleaños antes que mi madre, a pesar de que no tengo coche, y si comprara un par de litronas de gasolina alguna vez, mejor que me detengan antes

Felicitaciones de Navidad. / GETTY IMAGES
En estas fechas, una parte del planeta celebra que la Tierra ha dado una vuelta al Sol que, a su vez, habrá rodeado el centro de la galaxia que, sabe dios, qué habrá volteado. ¡Qué mareo! Tal vez sea a causa de esta característica de haber sido creado y criado en el seno de una especie de atracción de feria gigante, por lo que el humano promedio necesita una cierta sensación de ciclo, de marcas arbitrarias en esta nebulosa a la que llamamos existencia. Podemos concluir, en su sentido etimológico, que el humano es animal de mojones. Las grandes cadenas comerciales, siempre atentas a nuestro bienestar como consumidores, lo saben bien y, así, adelantan efemérides y festividades. Cuatro grandes almacenes y dos grupos de gasolineras me felicitan el cumpleaños antes que mi madre, a pesar de que no tengo coche, y si comprara un par de litronas de gasolina alguna vez, mejor que me detengan antes. Cosas de ser megatauro. Otra cualidad humana, de la mano de esta necesidad de eventos, es constituida por la insistencia en repetir el guión que ya sabemos que vamos a desarrollar, escrito desde que tenemos memoria. El pastorcito ejercerá como tal, el buey hará lo propio y el caganer continuará fiel a su destino independiente de la escena. Dentro de muy pocas horas volveré a arrepentirme de lo que he comido y, además, con lo mal que me sientan las cenas. Empiezo andante ma non tropo y, en breve, continúo cerdísimo, consciente de lo que estoy haciendo pero impasible en el ademán de pillar unos y otros de esos canapés que, a partir, de unos dos kilos clausuran la cavidad bucal para caldos y carnes, que aguardarán como amenaza en el frigorífico para esa porción de familia y amistades que celebró la fiesta en la otra trinchera. Nunca he pasado la Navidad fuera del ámbito ibérico y pocas veces lejos del estricto ámbito ibérico malagueño pero, aquí, el protocolo del papel que la vida me ha asignado exige que desafíe la amplitud que pueda ser alcanzada por mi estómago, cada año más sorprendido y más sorprendente para mí que soy su más leal maltratador, eso sí, con la complicidad de la concurrencia y de este ansia colectiva por las marcas impresas sobre las cuadrículas de los calendarios.
He intentado huir de esta rutina y, por ejemplo, inserté discursos positivos durante los brindis por la alegría de que estábamos todos juntos, menos quienes ya estaban acostados por exceso de alcohol durante las horas de cocina, claro. También, impulsado por la idea de que el hombre del Siglo XXI necesita grandes retos, insistí en que alguna Noche Buena me gustaría cenar en la Mansión Playboy, por hacer algo distinto más que nada. Sea porque murió Hugh Hefner, sea porque el Departamento de Sanidad clausuró la casa y, quizás, no quería volver a precintarla por mi culpa, el caso es que jamás han respondido a mis ofrecimientos como invitado. Si a este inconveniente le unimos que varios grupos hoteleros y de restauración se han avisado entre sí acerca de mis pasmosas competencias, que dirían los pedagogos modernos, para plastificar tarjetas de crédito por mí diseñadas sobre fichas de cartón, comprenderán que un año más continúe este camino inexorable que me conduce a casa del familiar o amigo a quien este año toque. Por suerte, he quemado varias veces el asado en público y volqué un par de ocasiones la olla del cocido navideño para asombro de los comensales, a quienes compensé, como caballero que soy, con una pastilla de caldo concentrado por asistente. Mi personaje principal durante tanto tiempo declamado allá donde me abran la puerta de esta noche, consiste en el de bebedor que dormita en la mesa mientras tiene que escuchar las voces de siempre que indican que no me sirvan más cava y que, al mismo tiempo, juran que esos canapés que ahora son parte de mí, hubieran estado muy buenos. Me gustaría recordar algo más, pero ya digo que junto con la costumbre de las efemérides se alza esa manía de repetir iguales acciones casi en idénticos minutos. Espero que esta noche o ayer, depende de cuándo aborden estos renglones, les vaya o haya ido mejor que a mí. En fin, ya saben, Feliz Navidad y próspero año nuevo que, creo, a todas y todos nos hace falta.
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