Opinión | TRIBUNA
[In] Feliz Navidad

La catástrofe del hambre en Gaza. / L. O.
Holocausto, diáspora, gueto, éxodo, incluso la película La lista de Schindler -entre otros- son indicadores que, en su conjunto asociamos con el terrible sufrimiento arrastrado del pueblo de Israel. A día de hoy, al recordar la imagen de la niña judía con abriguito rojo que, aparece en el desgarrador film en blanco y negro de Steven Spielberg, la hermano con las criaturas palestinas.
El dolor y padecimiento del pueblo judío a lo largo de la historia, incluidos mis antepasados directos, no legitima el hecho de reproducirlo sobre toda la población palestina. Venganza no es sinónimo de defensa, y utilizar la abominable cadena de atentados de Hamás para masacrar a todo un pueblo, da pie a plantearse utilizar las palabras recogidas al inicio, solo que, en otra dirección, convirtiendo víctimas en verdugos.
¿Cómo es posible que se dé tan poco valor a la vida humana? Llanto palestino, llanto judío, llanto ucraniano, llanto… Estas lágrimas no humedecen la piel. Sollozo seco que mantiene la sal en el interior de los cuerpos inertes de las vidas segadas. Imagino diferentes banderas amortajando los cuerpecitos, a modo de sudarios. Los hogares protectores se convierten en ruinas asesinas. En el suelo de Gaza, veo a varios niños envueltos en «banderas» blancas con el rostro al aire. Un padre deposita a su hijo junto a ellos, lleva un pijama de Superman, que no le ha protegido de la kriptonita. Por si quedan dudas, ninguno de ellos respira. La espiral de odio va en aumento, dos decenas de miles -de momento- de víctimas palestinas, en su mayoría mujeres y niños, aparecen aplastadas bajo los escombros. Al destruirse la palabra compasión, sus crujidos las acompañan.
Asusta preguntarse hasta dónde quieren llegar. Desde la lejanía, en los espacios de paz continuaremos las rutinas navideñas en nuestro mundo de confort, aunque, entre las mismas, hallaremos algún momento para sentirnos espectadores impotentemente culpables. Mientras el verdadero poder -el cual no sé identificar- indiferente ante el genocidio, sostiene la masacre, insensible ante las voces que claman su cese.
Del exceso de potenciales escenas a describir, además de la de la niña judía en el gueto de Cracovia, y la del pequeño niño palestino al que le gustaba dormir protegido por el símbolo de Clark Kent, otra me sobrecogió especialmente. Lo curioso es que no albergaba ni una gota de sangre. No recuerdo si era en Gaza o Cisjordania, pero qué más da; sintetizaba la impotencia de los desposeídos. El ejército israelí expulsaba a una familia palestina de su hogar. Los desahuciados a punta de ametralladora, desesperados, cargaban todos los enseres que podían almacenar sobre una camioneta. Intentaban llevarse incluso las cañerías del agua. Imagino que conocen el valor del líquido -racionado- como arma de guerra, y buscarán paliar sus efectos. Me pareció una escena distópica, ver hasta qué punto emerge el instinto de supervivencia del ser humano. Fue al principio del éxodo forzado; a estas alturas esa familia -probablemente- hacinada, enferma, hambrienta, deshidratada o aterida, junto a otras centenares de miles, tal vez se haya convertido en una cifra más de la estadística mortal, envuelta en esas mortajas blancas tan extrañamente limpias.
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