Opinión | EL PASEANTE

Málaga

De palabras y peces

Felipe con Adolfo Suárez, en 1977, año de las primeras elecciones generales tras la Segunda República.

Felipe con Adolfo Suárez, en 1977, año de las primeras elecciones generales tras la Segunda República. / EP

Los peces se parecen a las palabras en que ambos nadan en un medio líquido. Unos en el agua, las otras entre el oleaje social. Ni palabras ni peces respiran fuera de ese hábitat en el que hallan oxígeno, nutrientes e, incluso, circunstancias propicias para su reproducción. Ambos seres (considero así a la palabra) pueden parecer extintos, y sin embargo, disfrutar o padecer una segunda vida por milagros inexplicables para la ictiología y la lexicología. El precioso celacanto conserva idéntica forma a sus parientes de hace muchos millones de años, un fósil vivo. Con menor edad, pero antecedentes canallas, podemos rastrear la palabra «hortera» un espectro que aparece y desaparece según una voluntad ajena a los hombres y con significados travestidos que pendulan desde el de aquellos dependientes en comercios que jalonaban el Madrid de Galdós, hasta esa persona con vestimenta extravangante del Torremolinos setentero, por señalar un par de coordenadas. Hay palabras de temporada, igual que las sardinas abundan en las brasas durante esos meses que suenan una ‘r’ en su nombre. También las hay perennes, como las medusas cuando más fastidian, si me permiten adjuntarlas a la categoría de pescados. Podemos congelar palabras para cuando falten en algún menester imprevisto pero, con frecuencia, se olvidan y hasta se desaconseja su uso por fecha de caducidad. Incluso disponemos de palabras-señuelo esas que enunciamos cuando buscamos una respuesta de mayor categoría o envergadura, sea en un sentido insultante, elogioso o cómico, pensemos en las rimas de un «cinco» que suelen picar el anzuelo a la primera por simple torpeza conversacional; algo así, como las palabras hipocalóricas, con poca sustancia como un camarón solitario, utilizadas porque no queda más remedio, aunque sean insistentes en el plato, perdón, en los renglones. Hay situaciones que no admiten más que una monotonía terminológica más o menos aderezada, vocablos que provienen de un mismo caladero donde empantanaron por el remolino conceptual que provocan las corrientes sociales o los comportamientos colectivos.

La «polarización» ha sido la palabra de este, aún, 2023 que con su muerte también nos acerca un poco más al final de cada quien. La vida se puede hacer eterna, a la vez que se puede contemplar como un paso efímero por el planeta, cuestión de perspectivas. Que una sociedad pase a la historia con ese mismo estigma previo a una reciente Guerra Civil ultra-polarizada, por definición, no dice nada bueno de ella. Según los pescadores de Groenlandia, el tiburón que se oculta en aquellas gélidas aguas es muy longevo pero apenas puede ser visto porque se aloja al fondo, casi abisal, del océano y allí mora quieto como los verbos y sustantivos que ojalá aflorasen con mayor frecuencia. Hubo un tiempo, aunque los ordenadores no estaban capacitados para arrojar rápidas estadísticas como hoy, en que los titulares de los periódicos servían a sus lectores el consenso, los pactos e, incluso, el talante. Aquellos políticos de traje y gruesa gafa-pasta que Valle Inclán hubiera incluido en el grupo de «feo, católico y sentimental» contribuyeron entre todos a una transición hoy denostada por ciertos sectores de una ignorancia cultivada. Hubo cesiones hacia la izquierda comunista, que fumaba con tranquilidad junto a figuras destacadas del franquismo que, a su vez, deseaban que las sensibilidades nacionalistas aflorasen y dispusieran de un espacio público. Moderación, pragmatismo, altura de miras y generosidad política nadaban frescas entre los diálogos en tabernas y cenáculos porque ya lo hacían en mítines, conferencias y discursos parlamentarios. Las palabras muerden y no sueltan a la presa, igual que lubinas. El mar social se ha convertido en estanque moribundo donde proliferan habitantes del fango. Que durante el año que esta noche nace, la sociedad española, cada ciudadana y ciudadano, limpie el metro de fondo que le corresponda y, así, regresen aquellos términos antiguos y dormidos, tan sabrosos sobre la mesa. Feliz 2024.

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