Opinión | Tribuna
Hace veinticinco años
La informática ha traído la desaparición del género epistolar en literatura y en la vida, la destrucción del pequeño comercio y el final del placer de abrir por la mañana el periódico de papel junto al aroma del café
Rememorar el pasado siempre conlleva un ejercicio de memoria y melancolía, a la vez que una comparación con el presente. Hace veinticinco años se estrenaba en las pantallas del mundo la obra de Anthony Minghella ‘El talento de Mr. Ripley’, en la que el turbio y espeso argumento de la novela de Patricia Highsmith se veía atenuado por la coloreada pobreza italiana de posguerra, la sonrisa de Matt Damon y los ojos de Jude Law, junto a la elegante ironía descreída de Gwyneth Paltrow a los que los señoritos de Filmaffinity le concedieron un modesto 6.8/10. En estos días de mil novecientos veinticuatro, proyectan en Netflix ‘Ripley’, una impresionante catarata de malvada suciedad en un blanco y negro estremecedor de paredes desconchadas, palacios en ruinas y sangre seca en el piso. En la primera el espectador se posicionaba en la angustia de que Ripley no fuera descubierto. En esta uno está deseando que acabe el agobio de la cara siniestra de Andrew Scott, en la seguridad de que esa noche tendrá una pesadilla con él. Los mismos señoritos de Affinity le han concedido un 7.8/ 10. Dentro de veinticinco años no estaré aquí, pero el cambio de los tiempos que anunciaba Dylan en nuestra juventud habrá posiblemente llegado a la plenitud del horror. Poco a poco avanzamos hacia el dolor absoluto. Y eso no es ni bueno, ni malo en sí. Es simplemente insoportable. No traigo a colación este inicio cinematográfico por frivolidad, sino porque creo que reflejan perfectamente el ayer y el hoy. El terror enmascarado y el terror en estado puro.
El día que escribo estas líneas, gracias a la siempre generosa y afectuosa invitación de mis amigos de La Opinión de Málaga, para festejar que cumple la joven – hoy casi adolescente - edad de veinticinco años, los dos más poderosos e incontrolables sátrapas universales se reúnen en Pekín en un pavoroso despliegue de la trompetería totalitaria heredada del comunismo. En los años en que nació La Opi, el Muro había caído y en la torre Spasskaya del Kremlin había sido arriada la bandera roja y sustituida por la tradicional de la Santa Rusia. Desde la crisis de los misiles cubanos cuando éramos niños, nunca había estado el mundo tan al borde de una catástrofe a gran escala, por no utilizar el término tabú de nuclear. Pero ahí está. Y aunque las razones para el choque son múltiples y diversas, empezando por el poder y acabando por la economía, el conflicto se ha iniciado, como siempre, en los Balcanes. A veces la destrucción de los imperios trae consigo esto. Antes de que algún listo vaya a acusarme de imperialista, cosa harto frecuente últimamente incluso entre el clero, lo que estoy defendiendo es la necesidad de grandes unidades territoriales de la forma que sea, pero unidades controladas y dirigidas y con una estructura razonable y responsable en un ordenamiento lógico y medido. Por eso la Unión Europea se encuentra, por muchos esfuerzos que haga en sacar musculito, más dependiente que nunca de Estados Unidos, que empieza a estar harto de tanto desprecio y patadas por debajo de la mesa, para después acudir a las faldas de mama oca. La Unión Europea es nuestra única esperanza, incluso en los conflictos internos de aldeanos que apelan a fueros medievales y argumentaciones ridículas, para defender su huerto. Vean ustedes un telediario de cualquier gran televisión oficial de Francia, o Inglaterra, a pesar del Brexit y, en un esfuerzo de imaginación, compárenlos con los de la 1, o la inefable Sexta. Mundos y realidades ajenos.
Y hablando de cadenas de televisión hace veinticinco años comenzó a emitir la Cinco, con el terrorífico acontecimiento de las grasas impúdicas de Jesús Gil, chapoteando en el jacuzzi de las mamachichos en el grotesco momento en que Solchaga, en plan ministro de Hacienda, animaba al pelotazo. El listado de indecencias es interminable y realmente divertido si uno se lo toma en plan Morancos.
Y se dio uno de esos pasos en la historia de la humanidad que, habiendo parecido el más importante de la historia, ha traído junto a miles de beneficios, innumerables sinsabores incontrolados, porque el derecho se ha encontrado con que Matrix existe y no sabe qué hacer con él, ni como regularlo. Por supuesto que me refiero al nacimiento de Google en silencio y en un valle apartado de California, como un nuevo mesías. De ahí a la Inteligencia Artificial, que empieza a producir pánico.
La informática ha traído la desaparición del género epistolar en literatura y en la vida, la destrucción del pequeño comercio, el final del placer de abrir por la mañana el periódico de papel junto al aroma del café, las despedidas maravillosas de lágrimas, besos y sonrisas en los andenes de las estaciones de tren y en los aeropuertos… Años de covid, de secretos conspiratorios, de oscuras tramas, de entes incontrolables como los fondos de inversión, un mundo nuevo y feliz, como anunciara Huxley.
Desear felicidad a mi periódico puede sonar a utópico sarcasmo, pero os la deseo, junto a muchos años de vida por delante, aunque no vaya a ser fácil. Podemos consolarnos con un gin-tonic en un atardecer junto al mar de la bahía entre las columnas del Balneario.
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