Opinión | Mirando al abismo
El respeto y la libertad
Hemos aprendido individual y socialmente a permitirlo todo, a que no pase nada nunca. A ser condescendientes ante la falta de educación de los otros
Me parece mentira hasta dónde hemos llegado como sociedad, lo que hemos hecho con las condiciones de vida que heredamos de nuestros padres y abuelos. La educación, el respeto y la libertad de expresión se han perdido en un maremágnum de cosas sin sentido y eslóganes políticamente correctos. Cuando vas andando por la calle ya nadie da los buenos días. Todos van enfrascados en sí mismos y en sus teléfonos móviles. Hemos aprendido individual y socialmente a permitirlo todo, a que no pase nada nunca. A ser condescendientes ante la falta de educación de los otros.
Es más que evidente que nos encontramos viviendo la paradoja de la tolerancia. Esta paradoja fue propuesta por el filósofo austríaco Karl Popper en 1945. Se encuentra enmarcada dentro de la teoría de la decisión y nos propone que si una sociedad es ilimitadamente tolerante su capacidad de tolerar será reducida o destruida por los intolerantes. Lo que Popper concluyó con este argumento es que para que la tolerancia exista y sea posible no cabe otra que ser intolerante con la intolerancia. Pero Popper dijo que solo se puede actuar contra el intolerante cuando usa la violencia, entendiéndose esta como física, ya que se opone a la razón. Pero no toda violencia es física, cuando damos una definición filosófica de la violencia vemos que coaccionar a alguien para que haga algo que no quiere también es violencia, por lo que podemos darnos cuenta de que limitar nuestra autoridad como sociedad para intervenir contra los intolerantes teniendo en cuenta sólo un factor, la violencia física, es limitante y puede crear problemas en el día a día social.
Uno de esos problemas es la permisividad, que no es otra cosa que tolerancia excesiva, o condición de permiso. Es bajo esta definición que podemos entender, que no avalar, el comportamiento social que vemos con el transcurso del tiempo. No damos los buenos días, no guardamos cola en los comercios, ponemos la música altísima, en definitiva, no nos importan los otros. Cada vez estamos más maleducados y tendemos más al individualismo. Sí, las normas son restrictivas, tienen que serlo porque son las encargadas de velar por el orden social y moral. Hacen que nos sigamos reconociendo como parte de la manada, porque el hombre es un animal social, y no sobrevivirá asilándose de los otros.
Una cosa, solo una, me queda clara con todo esto. Si permitir es el acto de conceder permiso o consentir, yo decido permitir a las mareas seguir teniendo su propio ritmo, al aguaje seguir llevándome donde quiera y al verde seguir siendo el dueño del mar.
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