Opinión | Marcaje en corto

Málaga

Las finales, para ganarlas

Roberto celebra el primero de sus goles.

Roberto celebra el primero de sus goles. / Gregorio Marrero

En Roland Garros volvió a sonar el himno de España. Cerca de una treintena de veces ha ocurrido ya. Pero esta vez coronó, con remontada a la heroica incluida, a un Carlos Alcaraz que con 12 años ya soñaba en público con hacer historia en París y Londres (sólo nueve años después ya es el tenista más joven de todos los tiempos con tres títulos grandes en otras tantas superficies).

Fue otro domingo de junio, como tantos a los que nos acostumbró Rafa Nadal, en los que la arcilla terminó por ejercer de cama para un tenista español. Alcaraz no tardó en recordar la estampa del balear, tumbado nada más conseguir el último punto de un partido que a cinco sets terminaba por doblegar la resistencia de Alexander Zverev.

El domingo en Málaga tenía otros condicionantes. La jornada electoral caracterizada por la baja participación fue de resaca para una afición blanquiazul que dentro y fuera de La Rosaleda hizo también historia. Abarrotó como nunca el templo del Málaga CF para asegurarse una plaza en la finalísima de la Primera RFEF, cuyo desenlace tendrá como rival al Nástic de Tarragona.

Al conjunto malaguista bien que le vendría grabarse a fuego una frase que ya ha hecho suya, a base de repetirla y de cumplirla, el joven Alcaraz. Acerca de las finales ha acuñado en letras de oro: «No se juegan, se ganan». En la arena parisina volvió a hacerlo. Llegó para besar el santo, para hacerse con el título más prestigioso en su primera oportunidad como finalista.

Sólo otros dos jugadores han ganado sus tres primeras finales de Grand Slam en torneos distintos. Y la estadística se eleva si incluimos en esos torneos grandes aquellos de categoría ATP Masters 1000 o superior. Ahí se impuso en sus seis primeras finales, luego cayó ante Djokovic en Cincinnati (2023) y ha añadido este año el título con una nueva final en Indian Wells y la de este domingo, en Roland Garros.

Puestos a establecer paralelismos, Alcaraz, como el Málaga CF en la semifinal de este sábado, se vio obligado a remontar. Perdía el murciano por dos sets a uno y el saque del alemán parecía inquebrantable. Los de Pellicer perdían al descanso y se mascaba la catástrofe también. Hasta que en el descanso el de Nules dio entrada a Kevin y Galilea. Cambió el guión del partido, como tras los sabios consejos de Juan Carlos Ferrero a Alcaraz, y el resto de la historia es bien sabida.

De los directores depende y mucho cómo de bien pueda sonar la orquesta. Por mucho que luego se esfuercen en quitarse mérito cuando las cosas vienen de cara. Que se lo digan al técnico malagueño Antonio Carlos Ortega, que también este domingo se adjudicaba con el FC Barcelona su segunda Champions de balonmano. Otro que, como Alcaraz, casi cuenta las finales por títulos.

Quien como jugador fuese medallista olímpico hace ahora 24 años tomó las riendas del conjunto blaugrana tras la pandemia, durante el verano de 2021. Desde entonces ha ganado todos los títulos nacionales que ha disputado y, como hace dos temporadas, ha conquistado el máximo título continental en una final que sella su extraordinaria maestría desde los banquillos.

La receta de Ortega no dista mucho de la confesada por Alcaraz. Los éxitos no deben hacer bajar los brazos. Cero en confianzas, en eso tan habitual de dejarse llevar. En esta línea no debe extrañarnos en absoluto las primeras palabras que el pasado sábado lanzaba en La Rosaleda el bigoleador malaguista, el insaciable Roberto.

«Quedan dos partidos para cumplir el objetivo, pero tranquilidad, porque restan dos finales y lo vamos a hacer», dijo el de Puente Genil. Cero euforia, cero fiesta. Al menos en teoría. Porque cómo decirle a la masa social blanquiazul, poco dada en los últimos años a alegrías, que no brindase este fin de semana por la consecución de un primer paso de gigante hacia Segunda División.

La batuta de Pellicer empezará hoy mismo a dictar como principal premisa esa misma sentencia de Roberto. Por delante hay una nueva semana para la ilusión, en la que estaremos ante una ciudad determinada a volver al fútbol profesional. Serán días de emociones contenidas, que, por mucho que la plantilla solicite «tranquilidad», desembocarán en otro partido para la historia, pues la ida de la finalísima, al ser contra el Nástic (doblegó al Ceuta por 2-1), tendrá Martiricos como escenario.

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