Opinión | Las cuentas de la vida
Unas europeas con doble rostro
Lo que es posible en Estrasburgo no lo es en Madrid. ¡Cuántos problemas nos habríamos quitado si se hubiera materializado una gran coalición en España!

Exterior del Parlamento Europeo / EP
Como un Jano bifronte, las elecciones al Parlamento Europeo de este 9 de junio miraban en dos direcciones: a la política nacional y a la internacional. Por supuesto, prima lo interior aunque el poder se haya jugado en el exterior. Macron leyó su amplia derrota en clave interna y, de inmediato, convocó elecciones legislativas para el próximo 30 de junio en primera vuelta y para el 7 de julio en segunda. En cambio, el giro a la derecha que ha sacudido el continente, poniendo en cuestión el discurso de las elites políticas que hasta el momento han impulsado el proyecto de la Unión, no ha tenido el mismo impacto en España. Sube el PP, se mantiene -relativamente- el PSOE, se desploma la extrema izquierda y surge un partido a la derecha de Vox, sostenido por un canal de Telegram. Todo sigue más o menos igual, como también se diría que sigue más o menos igual en Europa. Ursula von der Leyen recordó que el pacto se establecerá entre los partidos centristas del parlamento, los populares y la socialdemocracia, con los verdes supuestamente ejerciendo de bisagra en lugar de los liberales. Lo que es posible en Estrasburgo no lo es en Madrid. ¡Cuántos problemas nos habríamos quitado si se hubiera materializado una gran coalición en España, cuando los embates del populismo sacudían los cimientos de nuestra Constitución! ¡Cuántas reformas políticas, económicas y sociales podrían haberse llevado a cabo! Pero esa ventana de oportunidades ya pasó y lo que se impuso fue un bipartidismo imperfecto que ha hecho de la confrontación su modus vivendi. Sin los fondos europeos, la situación sería mucho peor. Es lógico: la mala economía siempre tira hacia abajo, mientras que el crecimiento lima temporalmente las aristas del malestar social.
En España, por tanto, cualquier lectura es posible. Sube el bloque conservador y cede el progresista; pero los hechos, por sí mismos, no explican la realidad, aunque dibujen una geografía del poder. Lo que a Sánchez y a Feijóo les interesa son las elecciones generales y allí cada uno mantiene sus bazas. El desgaste socialista parece haber tocado fondo y difícilmente puede perder más votos si no media una crisis mayúscula. A su favor juega el hecho de que el trasvase de la izquierda (Sumar junto a Unidas Podemos) mira hacia el PSOE en gran medida, o hacia los nacionalismos más radicales en las comunidades históricas. A su favor, sobre todo, juega que la aparición de un tercer partido en la derecha supone una menor concentración en el eje PP-Vox y, por tanto, un menor número de diputados. Sánchez seguramente aprovechará esta grieta de la oposición. Feijóo, por su parte, puede presumir del color azul de la península y de un lento pero efectivo incremento en su intención de voto. ¿Suficiente? A día de hoy no lo parece, ya que su socio a la derecha le dificulta cualquier otro pacto. Para gobernar, el PP tendría que rozar la mayoría absoluta: algo posible, pero no fácil en un país como el nuestro, tan fracturado ideológicamente. A tres años vista, la estrategia del PSOE tal vez será resistir a la espera de cualquier desliz de los populares que le permita convocar unas elecciones con una oposición debilitada. Y la táctica del PP pasa por mantener la presión sobre el Gobierno, confiando en que los errores de una coalición imposible de domar por su complejidad se acumulen hasta provocar la implosión de Sánchez. Que todo esto pueda suceder no significa que todo vaya a suceder. Porque, en realidad, los comicios europeos no han despejado nada.
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