Opinión | Arte-fastos
Infiernos que no abrasan

Una imagen de la muestra colectiva «Delicias y otros infiernos». | J.M.J.
En el devenir de las prácticas artísticas contemporáneas, uno de los temas recurrentes de la posmodernidad aborda la historicidad y sus relecturas subjetivas, encaminadas a una visión panóptica del objeto estético; una interpretación que puede ser polimórfica (Las Meninas de Manolo Valdés) o iconoclasta (los Desastres de la Guerra, de Goya, según Jake y Dinos Chapman), pero siempre investida de una voluntad regeneradora de contenidos latentes. Este umbral de posibilidades disruptivas se yergue principio rector en la colectiva Delicias y otros infiernos, que puede verse hasta finales de julio en la galería Nave 91, situada en el Polígono Industrial de Archidona. Un nuevo espacio expositivo, de dos plantas, incorporado al circuito artístico en septiembre de 2023, y sede del Grupo Piedramol, cuyos socios fundadores (Francisco Casado, Julián Pérez y Miguel Moreno) complementan la actividad empresarial con la artística (Piedramol Art), así como el patrocinio de un programa de premios culturales y exposiciones de arte contemporáneo.
Al frente de esta agenda expositiva se encuentra Walter Francia, comisario y artista, que en esta ocasión articula un ejercicio retrospectivo basado en El jardín de las delicias de Hieronymus Bosch (El Bosco), a raíz de la versión libre de otro pintor, Paco Ayala, anticipo de la individual prevista para mayo de 2025. Dada la línea conceptual que el comisario quiere transmitir en sus convocatorias, no parece casual la elección del tríptico renacentista, proclive a sugerentes metáforas y escolios. En consecuencia, los nueve artistas participantes desarrollan sus poéticas en torno a una posición dialógica, buscando confluencias entre el pasado y el presente mediante narraciones que combinan la singularidad formal y la hibridación técnica.
Según esto, el recorrido comienza, nada más subir a la planta superior, con el panel de Paco Ayala, una recreación depurada y sintética sobre el Paraíso; zona que adquiere rasgos naturalistas con las flores frías de Trinidad Núñez. Los paisajes abruptos y amenazadores -¿el Infierno?- de Pilar Cerezo funcionan como entorno sublime ante las criaturas antropomorfas de Alejandro Benito; un acertado paralelismo que se repite en la abstracción gestual -entreverada de personajes- de Jordi Furniet y los ensamblajes escultóricos (torsos, animales) de Antonio Moreno. Nueva referencia al Paraíso (floral) con la neofiguración expresionista de Santo; mientras que la obra digital de Eduardo Acquaroni cuestiona las barreras entre signo y certeza. E inquietan, sobre todo, las alegorías de Sabina Huber: plásticos industriales reconvertidos en un sinfín de pasillos circulares, solitarios y extrañamente luminosos, que desembocan, quizá, en ese «triste valle, abismo de dolor, en que resuenan infinitos ayes». Y ahora nos toca a nosotros, tras Dante Alighieri, recorrer el mismo trayecto.
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