Opinión | Mirando al abismo
Luz, sol y frío
Nos mantenemos en una etapa del ser más nihilista que nunca porque nos negamos, por sistema, a afrontar nuestra existencia de forma activa
Este verano está siendo muy extraño, bueno en realidad primavera, o más exactamente ese período incierto de tiempo que va de mayo a julio. Me había acostumbrado a que en mi rincón del sur el calor entraba para quedarse, así que más o menos sobre mitad de mayo hacía su aparición, y a eso ya se le llamaba verano. Ahora estamos viviendo tantas incertidumbres que incluso el tiempo atmosférico no es como solía ser. Todo se ha vuelto efímero, ya ni siquiera podemos contar con la regularidad del Sol, con la repetitividad del calor y la ausencia de la sombra.
Da la sensación de que todo se desvanece cuando no miramos, que nada nace con espíritu de permanencia y que simplemente somos. Nos mantenemos en una etapa del ser más nihilista que nunca porque nos negamos, por sistema, a afrontar nuestra existencia de forma activa. Ya lo decían Nietzsche y Heidegger cuando hablaron del nihilismo y la existencia concluyendo que solo con una voluntad de poder real, que nos haga enfrentarnos al nihilismo pasivo que tenemos (que no es otra cosa que «negar todos los principios éticos, lo que a menudo concluye en una negligencia y en la autodestrucción») podremos conseguir una existencia auténtica que, además, Heidegger definió así: «la existencia elegida». Aquí se nos dice que tenemos que ser conscientes de la muerte y una vez hecho eso, aun así, elegir existir pensando y cuestionándolo todo. Como vemos los dos pensadores alemanes aportan la solución al problema de esta debacle social, institucional y moral. Pero aquí seguimos, paralizados por la angustia de saber que lo que nos pasa es el resultado de nuestras decisiones y no queriendo decidir nada más, dejando así al mundo en este ser cíclico que se antoja eterno. Sólo observo cambiar al clima, en Sevilla llovió hace unos días. Quizá sea la forma del planeta de obligarnos a hacer algo de una vez, de aceptar que no se trata de nosotros sino del mundo que dejaremos a los que vengan detrás. Ya he asumido que me iré, pero en palabras del inolvidable Juan Carlos Aragón, «lo importante no es morir, lo que importa es como vivas. La vida no vale nada si no la vives como tú quieres».
Supongo que lo que me preocupa es que cuando yo no esté nadie vaya a mi playa y se pierda buceando entre ese color indeciso que tiene el mar en verano, ya sabéis lo que digo, a veces azul, a veces verde, a veces gris, pero siempre el mismo mar, ni vea la espuma que traen las olas, ni se enrede con los peces que salen a sus pies.
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