Opinión | Málaga de un vistazo

La mentira es de verdad

Los números no mienten, pero sí lo hacen las interpretaciones

El centro comercial de Bonaire, epicentro de varios bulos durante la catástrofe de Valencia

El centro comercial de Bonaire, epicentro de varios bulos durante la catástrofe de Valencia / L.O.

Es mucho más difícil conocer la verdad que lo que no es cierto y sin embargo, hay gente convencidísima de saberla con certeza y no importa lo fácil que parezca hacerles ver que ésta se basa en una o en un montón de mentiras, una vez se alcanza la sublime sensación de conocer la verdad cualquier intento de desmentirla desde fuera la hace más fuerte y la vuelve más cierta. Son los datos, te dicen, los datos no engañan, son números, es matemáticas, y entonces señalan cualquier titular, anécdota, estadística o soflama, sacada de algún laboratorio de opinión y servida en barras de bar o en desdeñables podcasts, barriles de agua de leteo etiquetados como alétheia, invita la casa, y emborrachados de mentiras presumen de sinceridad. Y sí, los números no mienten, pero sí lo hacen las interpretaciones, un mismo dato puede contarte cien mentiras diferentes y ser en cambio incapaz de revelarte ninguna evidencia duradera. Quién iba a decir que la era de la información sería a la vez la de la desinformación, que la abundancia de datos iba a colapsar al sistema cognitivo de tal forma que buscara atajos simples, cuando no miserables, y que cuando más fácilmente se iban a poder confirmar o contrastar bien saldrían en bandada infundios para impedirlo, supercherías para atropellarnos. Hay tanto por desmentir, tanta patraña, que se hace imposible pararlas todas. No hay forma humana de desmontar al ritmo que se monta, inventar una historia, pervertir un dato, imaginar en el desconocimiento y empaquetar la fantasía como verdad irrefutable y propagarla luego como la pólvora no toma casi tiempo si lo comparamos con tratar de darle forma a lo verídico que hay tras cada cosa y para cuando la verdad asoma ya es un páramo y nadie atiende. La velocidad imparable de los bulos nos empuja a la fugacidad.

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