Opinión | De lo que hablamos los jóvenes

Llave dorada sobre fondo azul celeste

Los pisos residenciales están mutando en apartamentos turísticos. Los devoran y devuelven una versión más cara de sí mismos, una que no es para nosotros

«Es imposible que pueda pagarme una habitación. Siendo estudiante a tiempo completo no puedo trabajar»

«Es imposible que pueda pagarme una habitación. Siendo estudiante a tiempo completo no puedo trabajar» / EFE

«Está todo fatal».

Esa es siempre la respuesta que recibo cuando le pregunto a la gente su opinión sobre el precio de la vivienda. Poco a poco, en silencio, los números se van inflando en todo el país, no paran de subir. Y si bien esto es un hecho, te invito a que imagines cómo podrían estar los precios de la vivienda en la Costa del Sol, un paraíso vacacional donde los haya. En las calles malagueñas se multiplican los hoteles y se alquilan apartamentos turísticos a cada vuelta de esquina.

Consumismo

Estamos ante un consumismo especializado en la atracción extranjera. Todo lo que vemos alrededor son tiendas, tiendas y tiendas; restaurantes, restaurantes y más restaurantes. Ocio nocturno. Entradas gratis. Productos de una cultura que no es de aquí, que es ajena a la tierra. ¿Cómo es posible que para tomar un gazpacho en el municipio de Málaga tuviera que buscar en siete bares y/o restaurantes? ¿Y cómo es posible que terminaran sirviéndomelo templado y con cuchara?

¿Los barrios siguen siendo nuestros? A mí personalmente me inquieta la existencia de las discotecas para guiris, donde a las mujeres malagueñas se nos regala gratis la entrada. Qué incómodo es ser un objeto para la atracción de hombres que vienen durante todo el año a consumir. Los apartamentos de cuatro personas ahora se convierten en cinco Airbnbs. En los restaurantes me cobran en inglés. Veo nombres de bares y tiendas escritos en un idioma que mis abuelos no saben leer.

Y todo esto nos lleva a un único lugar: No cabemos. «Dos veces en los últimos dos meses les han preguntado a mis padres si quieren vender su casa». Los pisos residenciales están mutando en apartamentos turísticos. Los devoran y devuelven una versión más cara de sí mismos, una que no es para nosotros. Y para que haya quienes puedan seguir viniendo, nosotros tenemos que irnos. «¿Cómo voy a vivir en el centro? Si está lleno de guiris».

Independencia

Incluso en las zonas menos turísticas esto sigue sucediendo. «Es imposible que pueda pagarme una habitación. Siendo estudiante a tiempo completo no puedo trabajar». «Estudio y trabajo y aún así no puedo independizarme». «Vivo con mi madre y una compañera de piso». «No puedo vivir sola, con estos precios tendré que depender de alguien». Y no hablemos de becas. «No hay ningún tipo de beca que pueda pedir». «Tengo que dejar la universidad y volver a casa de mis padres porque he suspendido una única asignatura, me han quitado la beca y no puedo pagar el alquiler».

«Vivía con cuatro personas y un perro». Si los precios de los pisos suben exponencialmente y nuestra única salida es compartir, buena suerte para conservar la intimidad y el respeto. «Mi compañera de piso me vaciaba mis botes de crema y los dejaba en el estante con notas y corazones». Y qué duro es saber que no podemos irnos porque no hay nada más barato, porque está lleno.

Estos comentarios los he oído en boca de jóvenes de entre veinte y veinticinco años, y tan sólo son unos de tantos. Si el precio de la vivienda sigue subiendo es porque se siguen construyendo apartamentos turísticos que atraen en masa a los que se lo pueden permitir. Nos estamos exponiendo a ser consumidos. Pero, ¿qué importa si hay quienes cobran por ello? n

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