Opinión | 360 grados

La desconcertante política de nombramientos de Trump

Trump como muchos políticos tanto republicanos como demócratas deben el éxito de sus campañas electorales a la generosa e interesada financiación del lobby israelí

Donald Trump

Donald Trump / Bernd von Jutrczenka/dpa

La errática política de nombramientos del presidente electo, Donald Trump, parece muchas veces una astuta maniobra destinada a despistar al ‘establishment’ o al que él califica de «Estado profundo».

Es difícil entender si no que el republicano haya designado para su futuro equipo de gobierno tanto a críticos con la política hacia Moscú de los demócratas como a rusófobos furibundos.

A nadie puede extrañar su elección para embajadora ante las Naciones Unidas de la legisladora sionista Elise Stefanik, quien tuvo un papel determinante en la destitución de dos presidentas de prestigiosas universidades, una de ellas las de Harvard, por haber autorizado en sus campus protestas pro palestinas.

Tampoco que nombrase próximo asesor de Seguridad Nacional a Mike Waltz, otro destacado sionista, que criticó al Gobierno de Joe Biden por haber supuestamente pedido algo más de moderación a Israel tanto en Gaza como en la guerra del Líbano.

Incluso el propuesto por Trump como futuro ministro de Sanidad, el demócrata Bob Kennedy Jr. es, a la vez que azote de la industria químico farmacéutica y alimentaria, defensor a ultranza del Estado judío.

Al fin y al cabo, tanto Trump como muchos políticos tanto republicanos como demócratas deben el éxito de sus campañas electorales a la generosa e interesada financiación del lobby israelí.

El propio Trump recibió para la suya 100 millones de dólares de la israelo-estadounidense Miriam Adelson, viuda del multimillonario magnate de los casinos de ese apellido.

Ucrania

Pero muchos votaron también a Trump, aunque fuera tapándose la nariz, por su promesa de acabar la guerra de Ucrania, conflicto que considera contrario o al menos ajeno a los intereses de EEUU.

Lo cual no es del todo cierto porque las guerras en las que se involucra una y otra vez EEUU siempre han beneficiado, y ¡de qué manera!, a su industria armamentística y a la energética.

Quienes votaron a Trump y no la demócrata Kamala Harris por su oposición a la guerra de Ucrania no acaban de entender que haya propuesto para dirigir la secretaria de Estado al intervencionista de origen cubano Marco Rubio.

Y entienden aún menos su elección como jefe de la lucha antiterrorista de Sebastian Gorka, furibundo rusófobo de origen húngaro que incluso un ‘halcón’ como John Bolton, exasesor de Seguridad de Trump, considera un peligro.

Es cierto, sin embargo, que todos esos políticos, de los que algunos fueron en el pasado muy críticos con Trump, hoy le profesan lealtad cuando no auténtica devoción, y que tampoco serán ellos quienes definan la política exterior de EEUU sino simplemente sus ejecutores.

Cabe pues preguntarse si con esos nombramientos, Trump busca tranquilizar, si no ya despistar, a sus enemigos y si, fracasada la ‘guerra jurídica’ de la que se dice víctima, trata de evitar cualquier maniobra de última hora que pueda frustrar su regreso a la Casa Blanca.

Ésa es al menos la ilusión de muchos pacifistas que no quieren sentirse una vez más engañados.

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