Opinión | El cuerpo en guerra
Ana Castro
El gran truco final
Si concluimos el año en paz, podemos recuperar la fortaleza adquirida, creernos de una vez que podemos ser mejores en 2025
Ojalá hubiera una técnica mágica para dar carpetazo a los años viejos dignamente y dar paso a los años nuevos en paz con uno mismo y sin demasiadas ínfulas a modo de propósitos, que está bien tenerlos pero terminan siendo una fuente de frustración y expectativas fallidas apenas un mes después en muchos casos. Por mi parte, prefiero centrarme en el adiós a 2024, en darle las gracias por ponerme en millones de ocasiones entre la espada y la pared y así obligarme a crecer, a veces tras darme demasiados golpes contra la pared.
Este ejercicio requiere algo de introspección pero prometo que merece la pena quedarnos en paz con nuestro yo de 2024 antes de lanzar a los leones del año nuevo al de 2025. Si concluimos el año en paz, podemos recuperar la fortaleza adquirida, creernos de una vez que podemos ser mejores en 2025, más allá de llevar una dieta más equilibrada, comenzar a ir gimnasio, coger más la bici o comprar menos libros. Hablo a nivel interior, de valores y compromisos con nosotros mismos, de lo que somos, de brindar «Por un año más, un año menos/que dolerse de esta herida y de esta luz», como canta Vetusta Morla cada Año Nuevo.
A mí me pilláis estos días revolviendo el armario de 2024, dejando a un lado lo que está demasiado gastado, lo que ya no pega con mi yo actual, lo que no quiero ser o representar, los errores (y horrores), aquello de lo que simplemente pasó su momento...; dejando en otro montón lo que necesita un remiendo, un poco de sutura, porque está algo roto y sangra y duele a los ojos, pesa así, y contemplando con una sonrisa todo lo que ha llegado nuevo y se ha convertido en imprescindible, lo de siempre que hay que conservar bien limpio, lo bonito que reconozco ahora pero que antes no era capaz de ver... lo que me refleja de verdad y lo legado.
Como veis, he empezado con tiempo para que la voz de Ana Torroja (en bucle en la cabeza) no me pille en plena limpieza general (emocional) y después algún mal momento se me atragante con los 12 cacahuetes bañados en chocolate que son mis 12 uvas desde hace tantos años que ya ni recuerdo cómo comencé mi tradición. Creo que el poder reconfortante de estas fiestas es no dejarse llevar por la vorágine sino sentirse libre (y para eso el entorno debe posibilitarlo) para crear tradiciones propias en las que condensar la ilusión que llevamos dentro, que los compromisos familiares están muy bien siempre que sean elegidos y deseados y no impuestos.
Que vuestras 12 lo-que-sea os deparen un año lleno de luz y belleza y ojalá 2025 nos traiga una pizquita más de paz y consenso.
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