Opinión | Notas sobre cine

Cinco películas para despedir recordando el 2024

De 'La zona de interés' a 'Los destellos', un repaso en primera persona de lo mejor que ha ofrecido el cine del año pasado

Imágenes de 'Civil war', 'Los que se quedan', 'El clan de hierro', 'Nina' y 'Challengers'

Imágenes de 'Civil war', 'Los que se quedan', 'El clan de hierro', 'Nina' y 'Challengers' / La Opinión

Para despedir el año hay que recordarlo. Eso hago todos los 31 haciendo mis correspondientes tops, seleccionando mis viajes o momentos en orden descendente, como las películas, de mayor o menor. Quiero darle a mis lectores un desglose de recomendaciones, aunque sean obvias y aparezcan en tantos sitios. Por esa razón lo hago: las buenas películas se hartan de ser recordadas, y más cuando llegan las uvas.

No hablaré aquí de mi obra favorita indiscutible del 2024, 'La zona de interés' (Jonathan Glazer), porque podría añadir más párrafos de lo que ya es inagotable en mi memoria pero agotaría la paciencia de mi jefe de sección. Alejada de este monopolio, debo mencionar la que todos, sobretodo en Navidad, se han dispuesto a mencionar en fila india.

Porque todos pensamos lo mismo con 'Los que se quedan' (Alexander Payne): una joyita que es un abrazo contra el frío, el de cada uno, el que siempre se queda. La mezcla perfecta, como la filmografía de Payne, rey mago (mejor dicho que Papá Noel) de la comedia moderna, entre el drama humano que discurre y se saliniza en paralelo con las risas que lo alivian, un poco de luz a los problemas que de momento no hay solución. Siempre hay y habrá otro camino, una vuelta a empezar. Si esto ya se considera un clásico es porque tenemos al Grinch del siglo XXI, el profesor Paul Hunham (era el Óscar de Paul Giamatti). Y poco se habló de Dominic Sessa, también de Óscar el chaval.

Olvidadas en la temporada de premios, 'El clan de hierro' y 'Civil war' asomaron en la entrada de 2024 con la misma tibieza que aquellas obras clásicas que permanecen en el largo plazo. La primera - obra sobre el wrestling y una familia desestructurada por y para el éxito deportivo- es la crónica de una muerte colectiva, donde un padre asesina a nivel mental y fisico a unos hijos que heredan deseos fracasados y no construyen los suyos propios. Al final las maldiciones son supersticiones que sirven para justificar nuestros fracasos. Sobre la peli de Alex Garland, todavía vivo en su plano final, donde Caille Spaeny cierra su arco de madurez hacia su propia perversión: la de un periodista dispuesto a vender la dignidad humana por las migajas de la mejor portada. Aún más destacable su concepción del sonoro, lo que se cuenta es lo que se suprime. La música como arrebato cómico de la tragedia, algo tan antónimo, como una canción rock en mitad de un tiroteo, que el cine hizo verosímil.

En otra sección están las disfrutonas: innegablemente imperfectas, pero que me persiguen por algo etéreo. Música o secuencias concretas, tienen algo cadencioso que les permite sobrevivir en mi memoria. 'Challengers' (Luca Guadagnino) es tan extraordinaria en forma como extenuante. A veces hace un ace tan brutal que deja al espectador (yo) enamorado, y otras tantas que el balón se le sale fuera. Tiene el objetivo de llevar la imagen al éxtasis total, aunque a veces resulte forzado y estirado.

Pero soy adicto al deporte como metáfora de las derrotas vitales. Y más en este contexto, como expresión de las jerarquías afectivas, de posesión y sumisión. Porque yo no habré jugado al tenis (no he cogido una raqueta en mi vida, hulio) pero yo jugado el partido que se ve en la película. Y no lo gané.

Especial mención al cine español de este año, capaz de silenciar el ruido mediático de la cartelera americana. Si ya destaqué la notable 'Marco' o 'Nina' en otras columnas, me apetece hacerlo ahora con 'Los destellos' (Pilar Palomero). Aquí la directora de 'Las niñas' y 'La Maternal' se aleja de una mirada infantil como eje protagónico, justo estallido de la vida, para enfrentar la muerte. Pero en esencia Palomero se mantiene, también en forma: un minimalismo absoluto a la hora de transitar imágenes que claman sufrimiento. Vida. Lo sigue haciendo, en una concepción del tiempo tan natural como atípica en el cine, donde el transcurso no es un paso más hacia la pérdida sino una oportunidad de seguir estando. Porque para hablar visualmente sobre la enfermedad no se regodea en ella, sino que se resiste a abandonarla: en cada respiración, rutina o paseo se destila el recuerdo para saborear cada gota de amor, como esos momentos familiares que se tiene la oportunidad de vivir una vez más. 

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