Opinión | Lectores
Cartas al director
Apariencia o realidad, por Conchi Basilio
La hipocresía, entendida como el acto de fingir virtudes, sentimientos o intenciones que no se tienen, se ha convertido en una herramienta cotidiana. Personas que critican en voz alta lo que en privado practican, quienes predican valores que no aplican o aparentan estar por encima de los demás.
Este fenómeno no es nuevo, pero en la era de la inmediatez y la exposición digital, se ha amplificado. La imagen que se proyecta se ha vuelto más importante que la realidad misma y quienes no participan en este juego de apariencias corren el riesgo de ser etiquetados como “inadecuados o insuficientes”.
A menudo las mentiras no se cuentan para engañar a los demás, sino para encajar en un molde social, “tengo el trabajo ideal”, “mi relación es perfecta”, “mi vida es maravillosa” son frases que, aunque no dichas abiertamente, se sugieren a través de publicaciones y conversaciones cuidadosamente diseñadas.
Sin embargo, las mentiras tienen un coste elevado, por un lado, desgastan emocionalmente a quienes las utilizan, pues mantener una fachada requiere un esfuerzo constante, por otro generan relaciones superficiales basadas en percepciones falsas que tarde o temprano se desmoronan.
El vivir solo de apariencias implica construir un castillo de arena. En la búsqueda de la aprobación, las personas sacrifican lo auténtico, relegan sus verdaderos intereses y emociones y se convierten en prisioneros de las expectativas ajenas. Esto no solo afecta la autoestima, sino que también crea un vacío existencial. Las conexiones humanas pierden profundidad y significado cuando están basadas en lo que se quiere mostrar y no en lo que realmente se es.
Además, quienes se dejan llevar por la hipocresía y las mentiras suelen subestimar la inteligencia de los demás si bien algunas máscaras pueden funcionar a corto plazo, las contradicciones siempre salen a la luz, revelando la fragilidad de esa imagen construida. Romper con ese círculo de hipocresía y apariencias no es fácil, pero es posible. Requiere un acto de valentía, aceptarse a uno mismo, con defectos y virtudes y aprender a valorar las conexiones basadas en la honestidad. La autenticidad significa actuar con coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, significa aprender a vivir sin miedo al juicio de los demás y enfocarse en lo que realmente importa, la paz interna, las relaciones genuinas y la satisfacción personal.
En un mundo donde la imagen lo es todo, ser auténtico se convierte en un acto revolucionario. Es un recordatorio de que la verdad, aunque menos atractiva, siempre tiene un valor más duradero que cualquier mentira o fachada.
Vivir con sinceridad no sólo libera, sino que permite construir una vida que realmente tenga sentido, lejos del peso de las apariencias.
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