Opinión | Arte-fastos
El desnudo, más allá de la carne
A propósito de la actual exposición temporal del Museo Carmen Thyssen Málaga

"Desnudo tendido", de J.M. Rodríguez-Acosta, en el Thyssen / J.M.S.
Con motivo de una colectiva celebrada en Granada sobre el desnudo (Centro Cultural La General, febrero-marzo 1999), el profesor Henares Cuéllar reconocía que las exposiciones temáticas podían en ocasiones dificultar su lectura al público, debido a la variedad de puntos de vista planteados. Pero también admitía que una muestra de este tipo (en realidad, sobre este tema) revelaba «la amplitud de significados y valores que representa el desnudo en el arte contemporáneo». Significados que trascienden la mera pulsión de instintos eróticos que «no pueden quedar ocultos», según Kenneth Clark, y afloran, a veces, como disimulada máscara de quebrantos o aflicciones personales.
Recordaba estas teorías mientras visitaba la exposición temporal 'Desnudos. Cuerpos normativos e insurrectos en el arte español (1870-1970)', que puede verse estos días en el Museo Carmen Thyssen Málaga. Un ambicioso proyecto compuesto por 86 obras de 54 artistas que propone «un fenómeno de liberación de la experiencia del cuerpo», según dice la hoja (el tríptico) de sala. Con ser muy recomendable su visita, ahora no me detendré en su análisis pues prefiero seguir la línea discursiva que he sugerido al principio, a saber, el desnudo como refugio –o esclusa- de factores anímicos, psicológicos o, por supuesto, sexuales. Y esos síntomas surgen nada más comenzar el recorrido con la presencia de cuadros icónicos, como el maravilloso Desnudo de frente (c. 1872-1879) de Ignacio Pinazo, modelo convertida en «ninfa o diosa de otros tiempos» (F. J. Pérez Rojas); la orgullosa La Oterito (1936) de Ignacio Zuloaga, ejemplo de esa «irresistible tentación de enfrentarse con el poderío biológico de la mujer» (Joaquín de la Puente); o la misteriosa Sibila (c. 1913) de Anglada-Camarasa, «imagen de una sombría seducción» (Lourdes Moreno).
Sin abandonar la sala principal, encontramos un óleo que sirve a nuestro propósito: Desnudo tendido (c. 1939) del pintor granadino José María Rodríguez-Acosta (1878-1941); obra flanqueada, no por casualidad, por otros dos lienzos paradigmáticos: Desnudo femenino (1908) de Aurelia Navarro y Venus de la poesía (1913) de Julio Romero de Torres. Propiedad del Museo de Bellas Artes de Granada, este desnudo es el primero de una trilogía de figuras solitarias que cierra la trayectoria artística e incluso vital del autor. Desilusionado por su arte (o quizá por el arte de su tiempo), se retira a su carmen de las torres blancas y «pinta escasamente» (dirá el crítico Juan de la Encina, que lo visita en 1927): algunas flores, algunas naturalezas muertas…; parece que se hubiera agotado su veta creativa, su alma de pintor. Y en ese estado de postración entrevé, por fin, un horizonte, la mujer, odaliscas y vestales (así las diferencia Revilla Uceda) y, desde 1936, la citada trilogía: Desnudo tendido, Desnudo de la bola de cristal y La Noche. Hermosísimo legado de este ilustre pintor granadino.
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