Opinión | La vida moderna merma

La Desbandá intelectual

La Desbandá no fue una caminata, fue una masacre. Y tratarla como una actividad de ocio es una falta de respeto a sus víctimas y a la propia Historia

La Desbandá intelectual

La Desbandá intelectual / L.O.

Este mes de febrero se cumplirá un nuevo aniversario de uno de los episodios más penosos de la Guerra Civil española: la Desbandá. En febrero de 1937, miles de personas abandonaron Málaga por la carretera de Almería, huyendo de las tropas franquistas. Un éxodo desesperado que terminó en una masacre cuando la aviación y la marina del bando nacional, apoyadas por la Italia fascista, bombardearon sin piedad a una multitud compuesta en su mayoría por civiles indefensos. Aquella carretera se tiñó de sangre, de cuerpos literalmente reventados y de un dolor que nunca debería haberse olvidado. Un crimen de lesa humanidad, pues no fueron combatientes quienes murieron en su mayor parte, sino ciudadanos inocentes que simplemente intentaban sobrevivir.

La pregunta que me asalta es: ¿cómo ha podido edulcorarse tanto con el paso del tiempo un suceso tan terrible? Hoy, 88 años después, la Desbandá se ha convertido en una especie de evento senderista. Una asociación cultural y un club de senderismo organizan cada año una marcha por etapas que sigue el mismo recorrido que hicieron aquellos malagueños en su huida desesperada. Algo así como un Camino de Santiago de la barbarie, donde lo que fue una huida aterradora ahora se recuerda con paneles informativos -como los que ponen hablando de árboles o camaleones- y se camina con pantalones técnicos de Decathlon, gorras de Quechua y coches de apoyo cargados de bollitos y zumos.

No pongo en duda la buena intención de quienes participan en esta actividad. Probablemente creen que rinden homenaje, que visibilizan la memoria histórica, que recuerdan a los muertos. Pero no puedo evitar sentir cierto rechazo ante esta reinterpretación de la tragedia. Imaginemos por un momento la escena: un hombre agonizante en 1937, su boca emanando sangre a borbotones por el bombardeo que le está quitando la vida en casa suspiro, y a su lado, en 2025, un señor con mallas y mochila ergonómica dando un discurso sobre el fascismo con las piernas al aire. No sé qué es más ofensivo, si la banalización del horror o la ignorancia con la que se perpetra.

Este tipo de iniciativas me genera un cortocircuito moral, similar a esos eventos en los que se baila en una plaza para «luchar» contra el cáncer o se hace una batucada contra la violencia machista. No dudo de la buena voluntad, pero sí de la eficacia y el respeto de ciertos actos. Y, sobre todo, me cuestiono si quienes organizan y participan en estas actividades lo hacen realmente por los demás o simplemente por su propia satisfacción personal y entretenimiento. La memoria histórica no debería convertirse en un pasatiempo, ni en una excusa para lanzar proclamas políticas que nada tienen que ver con el hecho en sí. Porque, por si fuera poco, en estas caminatas abundan unas ensaladas de soflamas y banderas, palestinas incluidas, y discursos que buscan aprovechar la tragedia de 1937 para otros fines.

Pero lo que me resulta más grotesco es el carácter casi lúdico que ha adquirido este recuerdo. En la web de la organización hay una cuenta atrás con un mensaje que dice: «Faltan XX días XX horas XX minutos para la nueva Desbandá» y un banner que invita a «Acompañarnos en la próxima Desbandá». ¿Qué broma macabra es ésta? ¿Desde cuándo una masacre se usa como eslogan digno de una excursión turística? Me resulta curioso que aquellos que se llenan la boca defendiendo la memoria histórica la manipulen de manera tan frívola y cutre.

Y lo peor de todo es que esto se hace con la excusa de «luchar contra el avance de la ultraderecha y el fascismo». Parece que hoy en día cualquier cosa es válida si se envuelve en ese discurso. Como si el fin justificara los medios. Como si la tragedia de miles de inocentes fuera un simple recurso para seguir alimentando trincheras ideológicas.

Me cuesta trabajo pensar que se hagan sesiones de yoga en las fosas de San Rafael. O etapas de Triatlón en Paracuellos. No creo que en Birkenau se hagan rutas mañaneras de caminatas por el espacio donde se situaban las vías que hacían el camino de la muerte a miles de criaturas antes de morir. Y por eso mismo, creo que hay que tener muchísimo cuidado con lo que se hace. Y con lo que se juega. Porque convencido estoy de ello que, si cualquiera de los actores de este tipo de performances pudiera mirar a la cara a estas personas que perecieron en esa carretera y le contaran lo que están haciendo «en su memoria» se acordarían de sus difuntos más frescos.

Y lo peor de todo y más triste es que esto es lo mejor que se despacha en esos lares ideológicos. Eso y echar al agua unas flores para subir videos a TikTok y después regresar a la tarea. Pero créanme que sudar como muestra de respeto por una barbarie así es una soberana estupidez que solamente provoca sonrojo, vergüenza ajena y tristeza a partes iguales.

La orfandad intelectual de la izquierda es cada vez más acuciante y no se encuentran referencias serias y creíbles. Y de esa Desbandá nadie habla. Porque no conviene. Pero la realidad es que la cosa está cada día más desangelada y con menos motivos para creer en según qué cuestiones. Y somos muchos los que andamos agotados de mediocridad en general. Eso sí, después se repite una y otra vez el ataque a los de derechas porque usan la bandera de todos para usos partidistas. Y pienso yo… que mil veces mil preferiré siempre usar una bandera que no una tragedia con tantísimos muertos para intentar hacer caja al abrigo de la entelequia en la que muchos pretenden convertir la memoria histórica.

Y no. La memoria histórica no se honra así. Se honra con rigor, con respeto, con investigación, con espacios de silencio y con pedagogía, no con rutas senderistas, las piernas o los dedos por fuera y mochilas de trekking.

La Desbandá no fue una caminata, fue una masacre. Y tratarla como una actividad de ocio es una falta de respeto a sus víctimas y a la propia Historia.

Dignifiquen, no damnifiquen.

Viva Málaga.

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