Opinión | Tribuna

Gurús

Mi algoritmo avatar aún no tiene la capacidad de detectar a los gurús que se sientan bajo la mesa de invierno, los que me acompañan al otro lado del escritorio

Rayito.

Rayito. / l.o.

Me estoy quitando. De las Redes Sociales. Las tengo racionadas. Me pongo, eso sí, «de vez en cuando» -‘Extremoduro’ ‘dixit’-. Los psicotrópicos me perjudican. El mito que acompaña al escritor ‘dopado’ es sólo eso, una leyenda. Es mejor trabajar con todos los sentidos en orden. Nunca he sido de vicios; aunque este mismo argumento lo esgrimen sin pudor los que se liquidan un ‘cubalibre’ -denominación de la vieja escuela- en dos minutos. Ahora la peor droga son las pantallas y el dedo gordo que se queda plano del uso y abuso. Mandanga de la buena, pero no nos damos cuenta. Ya veremos las consecuencias. Me sirve la idea para hablar de mi algoritmo de pandereta. Todos tenemos uno. Como el fantasma de Canterbury se pega al alma sin remedio. Nos lo asigna ‘Meta’ al nacer y lo hace sin escrúpulos en esta de la tecnología ‘nigromante’.

Mi algoritmo se llama Emilio Fuentes. Es un avatar. Dirige las redes que son linces extrayendo tu esencia divina. Saben más de ti que tú mismo y si te empeñas en el desarrollo espiritual; estos prodigios de código binario se comportan como perros de presa. Tiene su parte buena. Últimamente no recibo más que reflexiones de lamas, citas de sabios, párrafos de gurús y puntos de vista de los que andan con el Evangelio fuera de la Iglesia.

Algoritmo avatar

Pero mi algoritmo avatar aún no tiene la capacidad de detectar a los gurús que se sientan bajo la mesa de invierno, los que me acompañan al otro lado del escritorio. Parece que de momento no saben lo que ocurre más allá de la pantalla; aunque sí que sean capaces de meterse en tu cabeza. Mientras escribo estas líneas, mi lama, no muy grande y de pelo corto -como casi todos-, ronca junto al brasero. Se diría que sus ‘ruiditos’ nasales son humanos. No es un tema baladí porque su santidad comienza en la lánguida melodía de su garganta. Mi maestro, el de verdad, no habla del karma, pero sabe más de esto que 1.000 monjes tibetanos sentados sobre el mirador de un monasterio. Vive feliz las 24 horas. No pide mucho y suele ser silencioso, pero actúa con paso firme dejando muestras de su santidad por aquí y por allá. Os voy a contar como es el día a día junto a un ser iluminado. Tengo la suerte de gozar de esos prodigios de la naturaleza al convivir parcialmente con este ser que habita el Nirvana. Tal y como le ocurrió a Buda, pasó penalidades -un cuello rajado y mucha crueldad humana- antes de encontrar el camino hacia una nueva existencia ajena al sufrimiento.

Mi amigo lama no lleva reloj ni cuenta las horas, pero siempre llega a tiempo a los actos importantes. Pese a no verbalizar, nuestras miradas dan paso a largas conversaciones de tarde en las que me suele repetir frases cargadas de sabiduría. De pupila a pupila. El pasado 1 de enero, aprovechando el Año Nuevo, le pregunté lo siguiente:

-Maestro; ¿qué esperas de 2025?; ¿y de la vida, ya puestos?

-Lo que me traiga, como siempre, respondió sin inmutarse con el movimiento de cejas que tan bien conozco.

Fuerza jedi

Como ser puro; sus capacidades son múltiples, sus visiones infinitas; la intuición afilada. Maneja la fuerza -jedi-, percibe el futuro y es capaz de anticiparse a los actos como buen habitante de esa cuarta dimensión que yo desconozco. De ahí saca su ventaja sobre el futuro de los sucesos cotidianos que a nosotros se nos escapan. Se anticipa a los hechos. Hay ejemplos: Espera en la puerta cinco minutos antes de que el timbre llegue a sonar; percibe que un plátano será despojado de su piel con tan sólo escuchar el movimiento de la bandeja inferior del frigorífico y, por supuesto, conoce de sobra que lo que se está cortando con el cuchillo a más de 15 metros de su espacio es una porción de manzana, entre otros prodigios. Son sin duda consecuencia de un estado de gracia constante que debe obtener de una meditación que él, en apariencia, nunca realiza, pero que yo sé que perpetra en esas horas de siesta en las que ronca a pata suelta.

Cuando estamos a solas se me acerca, siempre despacio y con buena letra. Si me ve preocupado, gira la oreja izquierda. Parece susurrar que no me acongoje por lo que suceda. Que la hipoteca no es un problema y que todo llegará con paciencia. Sé que lo piensa aunque por su garganta ni una palabra suelta. Su cara es un poema cada vez que se tumba boca arriba en la cama de franela. Es un ejemplo de calma, aunque las circunstancia se tuerzan. Él sabe que todo irá bien, porque vibra en una frecuencia eterna. Cómodo como nadie en los silencios, nada le desconcierta. Confía en la providencia. Su lealtad está fuera de duda; jamás abandonaría a un alma inquieta. Vive el presente, olvida el pasado y el rencor no conoce aunque le hayan hecho la puñeta. No espera nada, ningún deseo material le acecha. Siempre está contento; alegría perpetua. Su conducta es intachable, su ánimo alto como el de una cometa. Amor incondicional, compasión de asceta. Es mi mejor consejero, un ejemplo de conducta de aquí a la Polinesia. Yo os lo dicho. Vivo con un lama. Se llama Rayito, tiene cuatro patas, el pelillo corto y una mirada de poeta. Es un gran maestro; un gurú para las horas inciertas. Suerte tienen los que sean capaces de aprender de sus lecciones de grandeza.

Dedicado a los amigos de la Sociedad Protectora de Animales y plantas de Málaga

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