Opinión | Tribuna
Hay que venir al sur
¿Podrá la fuerza del amor, como nos repite con insistencia nuestra canción motivadora, permitir que nos sobrepongamos a tantas dificultades y contingencias?

Es una lata el trabajar. / JAVIER ALBIñANA
Algunos de los episodios más traumáticos de mi infancia, en los estertores del franquismo, los protagonizó un humano orondo, con los ojos achinados, que exhibía sin rubor, mientras cantaba, americanas enormes y unas corbatas como gladius, de colores y estampados imposibles. De origen argentino, se llamaba Luis María Aguilera Picca, y fue conocido artísticamente como Luis Aguilé. Dice la Wikipedia que la mayor parte de las más de ochocientas canciones que grabó Luis Aguilé «reflejan una visión optimista de la vida y en ocasiones son directamente humorísticas». Les confieso que a mí no me hacían ninguna gracia, y eso que me gusta bastante hacer el payaso. Gracias a las acciones de reír y de hacer reír nos podemos sobreponer a los empachos emocionales y dar rienda suelta a los laureles de la razón.
Aguilé
El gran éxito de Aguilé fue, sin duda, ‘Cuando salí de Cuba’, aunque es difícil desprenderse del halo cutre, casposo y fantasmal que desprenden temas como ‘Juanita Banana’, ‘La banda borracha’, ‘El frescales’ o ‘El tío Calambres’. Con su permiso, me voy a tomar la libertad de hacer un comentario crítico de otro de sus reputados vástagos: la canción titulada ‘La vida pasa felizmente’, de tintes abiertamente ‘eudemonistas’ y resabios empiristas.
La canción se abre con la siguiente declaración: «Es una lata el trabajar, / todos los días te tienes que levantar. / Aparte de esto gracias a Dios/ la vida pasa felizmente si hay amor». En primer lugar, es dudoso que exista una conexión necesaria entre trabajar y levantarse. Alguien puede levantarse todos los días y no tener trabajo, como es harto frecuente en España, incluso queriendo trabajar. O hay quien vive y ha vivido bastante bien sin trabajar, y ha tenido el capricho de levantarse o de tirar a una amante por la borda de su yate, ante la inminente llegada de su mujer. Además, los que hemos tenido la suerte de poder trabajar, sabemos que el trabajo embrutece, pues es una actividad alienada, y de este modo, como dice Marx en sus Manuscritos de economía y filosofía, «el trabajador se siente libre en sus funciones animales: comer, beber y engendrar, y en todo lo demás que toca a su atavío y habitación y, en cambio, en sus funciones humanas se siente como animal».
Lo animal, precisamente, protagoniza los siguientes versos: «Mi madre llora en el corral,/ sus tres gallinas se han debido de escapar./Aparte de esto gracias a Dios/ la vida pasa felizmente si hay amor». Aguilé tampoco parece haberse enterado de que España ya no es un país de perfil agrícola. El sector servicios y el trabajo autónomo se han apoderado, por necesidad, de los modos de producción, y por eso las gallinas se han debido de escapar y los bancos amenazan con el desahucio a la propietaria del corral. Por lo demás, les recomiendo cultivar su animalidad, ese gran tesoro que nos ha dado la vida y que alimenta nuestra alma sensitiva aristotélica.
Nueva York
Pero cuando entra en funcionamiento el vil metal, el amor torna en negocio y amenaza con trasladarse a la «gran manzana», como dicen en las películas: «Tengo una novia de lo mejor,/con mis ahorros se me ha ido a Nueva York./ Aparte de esto gracias a Dios/ la vida pasa felizmente si hay amor». Nueva York sigue siendo la tierra prometida del capitalismo, el símbolo del poder omnímodo del dinero, la selva especulativa en la que se desenvuelven con soltura atlética el tupé de Donald Trump y la incontinencia verbal de los brabucones.
Luis Aguilé no se quiere despedir de su auditorio sin una apelación al esteticismo de la sociedad inocente en la que vivimos. Una sociedad individualista y enferma que ha creado multitudes altivas de irresponsables perpetuos, aficionados a la envidia: «Tengo una cara fenomenal/ cómo la envidian cuando llega el Carnaval. / Aparte de esto gracias a Dios/ la vida pasa felizmente si hay amor». Y la seducción es nuestra reina y señora.
¿Podrá la fuerza del amor, como nos repite con insistencia nuestra canción motivadora, permitir que nos sobrepongamos a tantas dificultades y contingencias? Dice la leyenda que el príncipe Siddharta Gautama hizo tres salidas furtivas del confortable palacio en el que vivía. En la primera, se dio de bruces con la vejez. Los que afrontamos hoy en día la vejez en Europa sabemos que nada se puede ni podrá hacer políticamente, de ahora en adelante, sin nuestro concurso. Nuestras pensiones son siempre un argumento de peso y los colectivos de pensionistas y jubilados se están abriendo camino en Europa desde hace años como una fuerza determinante, a pesar de que muchos políticos han dudado siempre de su poder de contestación. Paradójicamente, la rebeldía es ahora, cada vez más, patrimonio de los mayores, quienes estamos dispuestos a cortar el tráfico rodado o sabotear las actividades cotidianas de las entidades financieras.
'Estado clínico'
La enfermedad protagoniza la segunda escapada del príncipe Siddharta. Como saben, vivimos en un ‘estado clínico’, como afirman Fernando Savater o Antonio Escohotado. El Estado se preocupa tanto por nuestra salud, que nos dice en qué consiste la vida saludable y no nos deja, por ejemplo, acercarnos libremente a las drogas llamadas ‘no legales’ y al imperio de los sentidos, cuando cualquier persona en su sano juicio sabe que es preferible añadir vida a los años, que añadir años a la vida. Ya saben cuál es la solución: los brutales recortes en Sanidad y la privatización neoliberal.
Por último, y literalmente, nos encontramos con la muerte. esa realidad limitante que nos suele impulsar hacia la búsqueda de sentido. Algunos creen haberlo encontrado en los sistemas de creencias religiosas; otros, en formas de pensamiento no dogmáticos como es el caso de la filosofía. La muerte condiciona nuestra existencia, pero no solemos acordarnos de ella más de la cuenta. Por regla general nos creemos inmortales y por ello no nos solemos embarcar en luchas contra los hábitos rutinarios y el reinado del conformismo. dos formas de ver la vida radicalmente diferentes: unos, los inmortales vocacionales, piensan que es una victoria que pase el tiempo lo antes posible hasta llegar a la meta del fin de semana; otros, entre los que me cuento, sabemos que nos vamos a morir en cualquier momento, y que debemos exprimir el tiempo al máximo, para extraer los jugos dulces y refrescantes del instante, muchas veces de forma ocasional.
El príncipe Siddharta Gautama calmó su desazón compartiendo la paz del que renuncia, liberándose del apego a las cosas materiales y a cualquier otro tipo de servidumbre. Algo parecido decían los Estoicos, cuando defendían abstenerse del placer y soportar el dolor, con objeto de vivir según la Naturaleza. La libertad, para ambas formas de pensar no es otra cosa que una aceptación activa del destino, una aceptación que no es mera resignación. O también podemos echar mano de Luis Aguilé: aparte de esto, gracias a Dios –o al ente metafísico que ustedes quieran-, la vida pasa felizmente si hay amor.
Carrá
«Para hacer bien el amor hay que venir al sur». No viene mal resucitar de vez en cuando a Raffaela Carrà, esa antropóloga de goma enfundada en unos pantalones de cuero brillante y voz rasgada, capaz de rascarnos las pantorrillas. En el Sur se puede constatar fehacientemente que la fiesta no es un fenómeno marginal, sino un acontecimiento cultural de primera magnitud, casi orgánico. Como lo es también, la excelencia de revistas como la marbellí ‘La Garbía’, cuyo número 14 fue presentado el 1 de febrero en sociedad, con tres argumentos principales: el mundo del arte, la poesía de Vicente Aleixandre y la filosofía de Michel Foucault, y el entusiasmo renovado del editor Andrés García Baena.
«Por si acaso se acaba el mundo/ todo el tiempo he de aprovechar/ corazón de vagabundo/ voy buscando mi libertad», dice la inefable Raffaela, exprimiendo hasta la última gota el carpe diem epicúreo. Y continúa: «He viajado por la tierra/ y me he dado cuenta de que donde no hay odio ni guerra/ el amor se convierte en rey», recordándonos que el amor y la discordia son, como dice Empédocles, los motores de la physis y, sin duda, de la polis. Y como dice Raffaela Carrà: «Tuve muchas experiencias/ y he llegado a la conclusión/ que perdida la inocencia/ en el sur se pasa mejor»”. Que ustedes lo pasen bien y venzan la tentación de la inocencia.
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