Opinión | El ruido y la furia

Ser imbécil

Entre las formas más comunes de ser imbécil en nuestros tiempos es demonizar al imbécil en todos los órdenes de su vida

Karla Sofía Gascón.

Karla Sofía Gascón. / EFE

Ser imbécil está al alcance de cualquiera. No requiere unas cualidades específicas, ni años de preparación (aunque se puede alcanzar la perfección con mucho entrenamiento, conozco casos), estudio y aprendizaje. Basta con dejarse llevar por lo visceral, ver el mundo desde un prisma único e inamovible y expresar con vehemencia opiniones (que casi nunca son propias, sino copiadas y asumidas sin el más mínimo análisis crítico), en las que dejemos claro, eso es fundamental, que cualquiera que difiera de nosotros es un magnífico candidato para arder en la hoguera.

Imbéciles hay por todas partes, es un hecho constatable. Están ahí, a la vista, y además se muestran con facilidad, casi diríamos que con placer. Lo que más les gusta a los imbéciles es hacerse notar.

Sucede, sin embargo, que la condición de imbécil va mutando con los tiempos. Lo que ayer era una forma de pensar, de ser y de actuar totalmente normalizada, asumida por la inmensa mayoría e incluso celebrada, aplaudida, mañana es anatema, genera la más alta condena y reprobación. Así, quien se hubiere quedado atrás en la moda de ‘loquehayquepensar’, que va siempre acompañada de ‘loquehayquedecir’, de pronto se ve convertido en imbécil y le caen hostias por todos lados.

Entre las formas más comunes de ser imbécil en nuestros tiempos (ya digo que esto puede cambiar, de hecho cambiará pronto) es demonizar al imbécil en todos los órdenes de su vida. Si un imbécil, pongamos por caso, es un magnífico músico, bastará con que alguna vez hubiera dicho alguna imbecilidad para que, de pronto, el coro de imbéciles que establecen ‘loquehayquepensar’ y ‘loquehayquedecir’ lo repudien. Será suficiente que se le pueda probar que una vez se partió de risa con un chiste de Arévalo para que su capacidad artística sea puesta en tela de juicio y su obra sea inmediatamente despreciada. Y esto no atañe solo a los contemporáneos, viene con retrovisor. Así, como Quevedo (el escritor del Siglo de Oro, no ese que dice que canta) era un misógino, un homófobo, un antisemita y no sé cuántas cosas más, debemos dar al fuego toda su creación literaria y el soneto ‘Amor constante más allá de la muerte’ o ‘El Buscón’ tendrían que ser borrados de los libros para siempre. Y lo mismo con Picasso, ya más cerquita en el tiempo, y otros muchos. En realidad, casi todos, porque como dice Juan José Millás, bien investigados todos merecemos diez años de cárcel.

Y, ahora, ya que estamos poniéndonos a la altura de los tiempos, volvamos a discutir si una actriz merece un premio Óscar no por su actuación en una película, sino por haber escrito unas cuantas imbecilidades en twitter.

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