Opinión | Viento fresco
A salvo de los pelanas
El médico da el diagnóstico como un locutor desganado que tiene ganas de acabar: «Es un virus»

A veces el consuelo está en la farmacia. / álex zea
Es un virus, dice lacónico el médico. Un virus. Ahí está el diagnóstico, el resultado. Como de un partido de fútbol mediocre que un comentarista ayuno de entusiasmo pronunciara con una voz monocorde. Un virus. Estomacal. Aunque eso ya lo sé yo. Ya soy viral.
Hay un virus, un virus en danza tumbando a hombretones, derribando a mujeronas, bombardeando a ancianos, abatiendo niños, sojuzgando a oficinistas, amenazando, volando, dando por saco e infiltrándose por entre nuestras narices, mucosas y entretelas. Un virus que me afecta tanto que juraría que ya he escrito sobre él, aunque el otro era más bien un virus parecido a la gripe, más partidario de atacar narices y boca, no como este, más partidario de centrarse en partes menos nobles, en el estómago y conductos evacuadores. Nunca fue menos necesario ser menos explícito.
Hay columnistas que no tienen asunto que llevarse al folio y columnistas que convierten sus virus en un asunto. Si enferman dos veces al mes tienen dos veces al mes resuelto el trámite de elegir tema. «No hay que aburrir ni a Dios sobre todas las cosas», decía el poeta Manuel Alcántara, al igual que uno de sus maestros, César González Ruano, aconsejaba meter una confesión personal en el artículo como garantía de éxito: espero que no les esté aburriendo como a mí me aburre quien habla de sus enfermedades. Y en cuanto a la confesión personal ahí va: no se está tan mal recogido, alejado del ruido mundanal, del frío, la calle, los patinetes, las tentaciones y los pelmas. El corrector insiste en que ponga pelanas. Pues también pelanas. Los pensamientos oscilan entre la euforia de poder ver una película o leer sin prisas y los desagradables resabios de la educación judeo-cristiana, que nos hace veces abordar el asueto con remordimientos. La mañana se esfuma y la tarde avanza, lo cual no es ninguna novedad, dado que jamás el tiempo ha retrocedido salvo en nuestra mente. En la mía lo hace ahora: uno añora los cuidados maternos: jamás volverán. Y los tiempos en los que no todo tenía que ser viral.
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