Opinión | Tribuna
Tocar con ellas
Pienso en las batallas que pueden estar viviendo en este justo instante diferentes personas bajo este mismo techo

La fuerza de voluntad es un músculo, y a base de fortalecerlo con buenos hábitos, termina contagiando al resto de partes de tu vida. / l.o.
Cuando crees que lo has escuchado todo, siempre alguien te sorprende con alguna nueva estupidez. Uno de los primeros días de este año 2025 le preguntaba a una persona si había visto el concierto de año nuevo, a lo que me contestaba que no, y que no lo veía porque la música clásica, -me argumentaba esta persona-, le parecía algo elitista alejado de la realidad. Parte de razón tenía. En una sociedad tan volátil como esta, donde un día eres un héroe y al día siguiente un villano, (ambos disparates por intereses puramente mediáticos), que haya gente a la que le guste acudir a escuchar a una orquesta tocar una obra compuesta en el Barroco que ya han escuchado previamente centenares de veces, es ciertamente algo alejado de la realidad. Sin embargo, yo creo que la música, y especialmente, la clásica, es una de las claves que más sentido da a nuestra realidad. Escribo estas líneas sentado en las escaleras de un hospital. Frente a mí, un cartel donde aparece un violín y la palabra MIR, pero donde el vocablo médico ha sido sustituido por músico. Músico Interno Residente. Me llama la atención y me acerco. El texto cuenta que una serie de médicos músicos se ofrecen a tocar sus instrumentos si algún paciente lo solicita en cualquier momento. Entonces pienso en las diferentes realidades que se viven en un edificio de este tipo, y me imagino al violinista ataviado con su bata blanca de sanitario. Pienso en las batallas que pueden estar viviendo en este justo instante diferentes personas bajo este mismo techo: la ilusión de la venida al mundo de un bebé, el nerviosismo de la incertidumbre tras una determinada prueba, el miedo en la sala de espera de unos familiares en quirófano, o el amor incondicional que se respira en los cuidados paliativos cuando se acerca el final. En cualquiera de esas situaciones ese médico violinista podría interpretar un nocturno de Chopin y estaría haciendo lo mismo que haría si cambiara el instrumento por el bisturí: cuidar. La música clásica cuida. Sana. Protege. Atiende. Vigila. Asiste. Es tarde, la luz es tenue, y se respira silencio en los pasillos. Aprovecho para pasear y respirar el ambiente. Me cruzo con gente que también camina. Algunos cruzan la mirada, otros la tienen perdida. La noche es un momento donde aparentemente reina la calma, pero en un hospital, mientras mucha gente duerme, algunos aprovechan para sacar lo que llevan dentro. Hacer visibles los sentimientos que alberga su corazón. Algunas caras miran atentamente la pantalla de un móvil con una sonrisa verdadera, compartiendo alguna buena noticia. Otros, lloran; aprovechando que quien está sufriendo descansa y pueden dejar la prudencia a un lado por unos minutos. En las salas de espera, conversaciones. Desde las alturas, la visión de la ciudad a través de las ventanas se antoja lejana, como si la cotidianidad de la noche tranquila fuera totalmente ajena a la tormenta que algunos pueden estar viviendo desde el interior del cristal. Y me viene de nuevo la imagen del médico y su violín. Y creo escuchar, en la lejanía, el nocturno nº2 de Chopin en mi bemol mayor. Su lenta cadencia, y, aunque sólo sea en mi imaginación, puedo contemplar perfectamente como la vibración de las cuerdas de ese violín que interpreta ese médico altera la presión sonora del ambiente. No puedo dejar de pensar en que en este mismo instante habrá cientos de personas interpretando esa melodía en diferentes partes del mundo, y cada uno lo hará por algo. Algunos para estudiar, otros para trabajar, también habrá quien lo haga para llorar, o por el placer de deleitarse con esas notas. La música clásica, para mí, se mueve entre la intuición, la certeza y la sorpresa. Tengo tres alumnas, a las cuales nada más conocerlas, tuve la intuición de que tocaban algún instrumento musical, porque poseían algo que se detecta rápidamente: fuerza de voluntad. El día a día te da la certeza de que esa fuerza de voluntad es la razón por la que alguien que toca un instrumento musical, también obtiene buenos resultados académicos, lee libros, lleva una vida saludable y tiene una buena educación. La fuerza de voluntad no es un recurso finito que empleas solamente en algo, y que no te llega para otras parcelas de tu vida. La fuerza de voluntad es un músculo, y a base de fortalecerlo con buenos hábitos, termina contagiando al resto de partes de tu vida; porque hace que cambies tu forma de pensar para poder distraer tu atención de las tentaciones y así poder concentrarte en un objetivo. La sorpresa se la llevarían ellas, -una violinista, otra viola y la tercera chelista-, si supieran, que una de mis ilusiones en la vida es llegar a tener la suficiente destreza para, algún día, poder tocar algo con ellas.
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