Opinión | El adarve

El joven y la estrella de mar

Cuando vemos a la ultraderecha reuniéndose en Madrid pensamos en la insignificancia de nuestra tarea para resistir a esta oleada de fascismo

Los patriots se reunieron en Madrid.

Los patriots se reunieron en Madrid. / Paul White

Situados los docentes ante los problemas gravísimos que aquejan nuestro mundo, corremos el riesgo de desalentarnos al ver la escasa incidencia que nuestra tarea supone para un cambio global significativo.

Cuando nos asomamos a la pantalla de la televisión y vemos las escenas escalofriantes de la guerra en la franja de Gaza, en Ucrania y en otros países del mundo, comprobamos la escasa relevancia que tiene nuestra tarea para conseguir el alto el fuego y una paz justa.

Fascismo

Cuando vemos a la ultraderecha reuniéndose en Madrid y se nos abren las carnes al pensar que puede gobernar en diferentes países del mundo, incluido el nuestro y que ya están gobernando en Italia, en Hungría, en Argentina, en EE.UU… pensamos en la insignificancia de nuestra tarea para resistir a esta oleada de fascismo.

Cuando contamos las víctimas de mujeres asesinadas a manos de sus parejas, las innumerables violaciones, los abusos, los desprecios, la discriminación, la violencia machista… podemos pensar, desalentados, que nuestro trabajo no tiene posibilidad alguna de acabar con tanta injusticia y tanta crueldad.

Cuando vemos con estupefacción los millones de niños y niñas que mueren de hambre, de frío, de abandono a lo largo y ancho del mundo podemos concluir que nuestro trabajo no tiene la más mínima posibilidad de acabar con tanta miseria, con tato dolor.

Cuando nos enteramos de masacres que ocurren en escuelas del mundo en las que mueren niños y niñas y personas inocentes, nos preguntamos por la eficacia de nuestro trabajo.

Cuando vemos que los ciudadanos y ciudadanas de muchos países eligen para que les gobiernen a políticos homófobos, xenófobos, racistas, misóginos, corruptos y fascistas nos interrogamos sobre el evidente fracaso del sistema educativo.

Cambio climático

Cuando nos alarma la contaminación ambiental, el cambio climático y el deterioro progresivo del planeta mientras los negacionistas ganan terreno de manera inquietante cuestionamos los logros de la tarea docente.

Y así podríamos seguir enumerando los infinitos males que aquejan a nuestros semejantes en todo el mundo: el trabajo infantil, la creciente desigualdad, la extrema pobreza, las enfermedades tropicales ascendentes, la falta de acceso de muchos millones de seres humanos a servicios básicos de salud y educación, la pandemia VIH/SIDA, el cambio climático y su impacto en la seguridad alimentaria…

¿Qué podemos hacer desde nuestra pequeña palestra del aula y de la escuela? Respecto a esta posible sensación de impotencia, pesimismo y desaliento quiero plantear dos consideraciones. La primera tiene como base una historia que deseo compartir con mis lectores y lectoras. Una historia cuya moraleja se desprende fácilmente de la lectura.

Había una vez un sabio que solía ir a la playa a escribir. Tenía la costumbre de caminar por la playa antes de comenzar su trabajo.

Un día, mientras caminaba junto al mar, observó una figura humana que se movía como un bailarín. Se sonrió al pensar en alguien bailando para saludar el día. Apresuró el paso, se acercó y vio que se trataba de un joven y que no bailaba, sino que se agachaba para recoger algo y suavemente lanzarlo al mar. A medida que se acercaba saludó:

– Buenos días joven, ¿Qué estás haciendo?

El joven hizo una pausa, se dio vuelta y respondió:

– Arrojo estrellas de mar al océano, señor.

– ¿Por qué arrojas estrellas de mar al océano?, dijo el sabio.

El joven respondió:

– Anoche la tormenta dejó miles de estrellas en la playa, hoy hay sol fuerte y la marea está bajando, si no las arrojo al mar, morirán.

– Pero joven, replicó el sabio, ¿no te das cuenta de que hay cientos de kilómetros de playa y miles de estrellas de mar? ¿Realmente piensas que tu esfuerzo tiene sentido?

El joven escuchó respetuosamente, luego se agachó, recogió otra estrella de mar, la arrojó al agua y luego le dijo:

– Para esta, sí tuvo sentido.

La respuesta sorprendió al hombre. Se sintió molesto, no supo qué contestar y regresó a su cabaña a escribir.

Durante todo el día, mientras escribía, la imagen de aquel joven lo perseguía. Intentó ignorarlo, pero no pudo. Finalmente al caer la tarde se dio cuenta que a él, el científico, a él, el sabio, se le había escapado la naturaleza esencial de la acción de aquel joven. Él había elegido no ser un mero observador en el Universo y dejar que pasara ante sus ojos. Había decidido participar activamente y dejar su huella en él. Se sintió avergonzado y esa noche se fue a dormir preocupado…

Estrellas al océano

A la mañana siguiente se levantó sabiendo que debía hacer algo. Se vistió, fue a la playa, encontró al joven y pasó el resto de la mañana arrojando estrellas de mar al océano. Nada puedo hacer para solucionar las penas del mundo, pero puedo hacer mucho para colaborar en el pedacito de mundo que me toca…

Hablaba más arriba de dos consideraciones frente al aparente determinismo que tanto desalienta. La primera se refiere a ese grupo de niños o de jóvenes a los que entregamos al mar de la vida honesta, comprometida y solidaria. La segunda tiene que ver con la superación de una concepción individualista de la lucha por una sociedad mejor.

Es cierto que entre el sabio y el joven van a poder devolver al mar un pequeño número de estrellas, pero bien podemos pensar que todas las personas que están en la playa se pongan a tirar al mar algunas estrellas. Y muchas otras personas que vengan de cerca y de lejos.

Se pierde, a veces, la perspectiva maravillosa del efecto multiplicador que supone la solidaridad, la estrategia inteligente y estructural de la bondad. Es importante lo que cada uno hace., pero no debemos olvidar que podemos ser millones y millones de personas las que salvemos las estrellas de mar de todas las playas del mundo. Hasta que no quede ni una sola fuera. Es decir, que podemos concienciarnos, podemos pasar a la acción de forma organizada. Es otro punto de vista que preside el optimismo y que genera nuevas dosis esperanza.

No cabe la menor duda de que hemos avanzado aunque estemos a miles de kilómetros de la meta, aunque a veces avancemos en zigzag, aunque a veces nos detengamos. Una meta que, por cierto, coincide con la utopía. Pero ya se sabe que la utopía sirve para que vayamos avanzando hacia el horizonte, como decía sabiamente Eduardo Galeano. Hemos superado la esclavitud, hemos acabado con el apartheid, hemos conseguido logros impresionantes en el feminismo, hemos reducido la mortalidad infantil, hemos alargado el promedio de años de vida, hemos dejado atrás la pandemia, hemos encontrado el remedido para muchas enfermedades, hemos mejorado la calidad de vida de millones de seres humanos…

Lucha por la dignidad

¿Cómo se ha conseguido todo esto? Con la lucha de individuos aislados, de familias esforzadas, de grupos comprometidos, de movimientos sociales, del trabajo en las escuelas y universidades, de la intervención de políticos progresistas, de naciones enteras que se han rebelado contra el statu quo. Lo explican muy bien José Antonio Marina y María de la Válgoma en su estupendo libro “La lucha por la dignidad”. Un libro que comienza hablando de los horrores de las guerras y acaba reconociendo el valor de la esperanza e invitándonos a todos a formar parte de la lucha por la transformación.

¿Cómo estaría el mundo si no hubieran existido las escuelas? Vemos con desaliento los terribles males que existen, pero una buena parte de lo conseguido ha sido el fruto del trabajo bien hecho en los sistemas educativos del mundo.

Hay, pues, en este artículo, una doble dimensión. La tarea benéfica de cada docente en el aula con su grupo de alumnos y alumnas y la repercusión estructural de los sistemas educativos de todos los países del mundo. Es decir la eficacia de lo que genéricamente llamamos escuela. Traté de explicarlo en mi libro “El Arca de Noé: la escuela salva del diluvio”, publicado por la Universidad de Guadalajara y el ITESO de México. El libro se estructura en cuatro capítulos: el primero se refiere al océano proceloso de la cultura neoliberal y el avance de los fascismos. El segundo trata de la tarea salvífica de la escuela que, en la metáfora, es el Arca de Noé. En el tercero reflexiono sobre la valerosa tripulación que maneja el Arca, sobre su preparación, selección y condiciones de trabajo. En el cuarto analizo lo que supone el arte de la navegación que es la tarea de educar. El Arca nos salvará del diluvio de la ignorancia, de la insolidaridad y del fascismo.

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