Opinión | La vida moderna merma
Fosforito y la Málaga que se apaga
El homenaje a Antonio Fernández Díaz ha sido merecido pero también un recordatorio de lo que estamos dejando morir

Fosforito / LA VIDA MODERNA MERMA
Anteayer, en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento de Málaga, la ciudad rindió homenaje a Antonio Fernández Díaz. A Fosforito. Voz autorizada. Patriarca del flamenco, catedrático del arte y una de las últimas voces de un tiempo que ya se nos escapa. El acto, en el que se le entregó el Escudo de Oro de la Ciudad, reunió a autoridades, artistas y aficionados, pero probablemente y sin darnos cuenta, tenía un aire agridulce. El reconocimiento a una leyenda llegaba en un momento en el que el flamenco puro, el de verdad, el que no necesita de fusiones, producciones millonarias ni campañas de marketing, está cada vez más amenazado. En verdadero peligro de extinción.
Porque Málaga, como Andalucía y España entera, está inmersa en un mundo de impersonalidades, de falta de criterio estético y de raíces. Y el flamenco no escapa de esta tendencia. Pasamos de figuras como Fosforito, de la hondura de Mairena, de la maestría de Caracol, de la Bernarda y la Fernanda de Utrera, del Cabrero, de Menese o las genialidades de Morente al flamenco de Spotify, donde las listas de reproducción etiquetan como flamenco a Rosalía y C. Tangana, con la misma naturalidad con la que un tablao turístico en la Costa del Sol ofrece paella y show flamenco en el mismo menú.

El alcalde de Málaga, Francisco de la Torre y el cantaor flamenco Antonio Fernández 'Fosforito' / álex Zea
Fosforito, aunque nacido en Puente Genil, es un nombre ligado estrechamente a Málaga. La ciudad lo acogió hace décadas y lo hizo suyo, tanto que ha sido nombrado Hijo Adoptivo. Ha pisado todos los escenarios importantes de esta tierra, ha sido profesor en la Cátedra de Flamencología de la Universidad de Málaga y ha sido una referencia ineludible para cualquier aficionado que se precie. Y, sin embargo, el flamenco que él representa —el de raíz, el que se forja en el cante sin artificios, el que se aprende en noches de taberna y no en los despachos de discográficas— cada vez tiene menos espacio en su propia casa.
El flamenco es cultura
El propio Fosforito lo ha dicho en más de una ocasión: el flamenco es cultura, sabiduría y vida, y no se puede adulterar sin perder su esencia. Pero parece que estamos en esa senda, en la de la mixtura indiscriminada, en la de los espectáculos diseñados más para vender entradas que para hacer afición.
Málaga fue una cuna esencial del flamenco. Aquí nacieron y cantaron figuras como Juan Breva, El Piyayo o La Repompa. Aquí florecieron cafés cantantes legendarios, como el mítico Café de Chinitas, donde Chacón dejó para la historia su arte. Aquí existieron tablaos y peñas que eran templos de lo jondo. Pero hoy, ¿qué queda de todo aquello?

Francisco de la Torre entrega de la Medalla de la Ciudad y el Título de Hijo Adoptivo a Fosforito / Alex Zea
Los tablaos que resisten en la ciudad lo hacen a duras penas, convertidos en espectáculos para el turista despistado que quiere «ver flamenco» antes de subirse a un crucero. Las grandes figuras del cante apenas tienen espacios donde actuar en su propia tierra, y las peñas flamencas, esas trincheras donde aún resiste la pureza, sobreviven con menos apoyo del que deberían.
Málaga, en su proceso de transformación en escaparate internacional, está perdiendo parte de su alma. El flamenco, que debería ser su seña de identidad, queda reducido a un elemento decorativo, a un reclamo en las guías turísticas, a una estética sin profundidad.
Merecido homenaje
El homenaje a Fosforito ha sido merecido, pero también un recordatorio de lo que estamos dejando morir. Se le ha concedido la Medalla de la Ciudad en reconocimiento a su trayectoria, a su defensa del cante puro y a su amor por Málaga. Pero este tipo de reconocimientos no pueden ser meros actos institucionales, bellos y solemnes pero carentes de consecuencias.
Si Málaga quiere seguir siendo una ciudad flamenca, no basta con colgar medallas cuando los artistas ya son leyendas. Hay que defender el flamenco real, el que Fosforito ha encarnado toda su vida, el que no entiende de modas ni de mezclas oportunistas.
Porque si seguimos así, en unas décadas el flamenco auténtico será solo un recuerdo en placas conmemorativas y discursos políticos. Y entonces, cuando queramos homenajear a los grandes, ya no quedará nada que celebrar.

El cantaor Fosforito se sintió muy emocionado en todo moment / álex Zea
Verdad a medias
Parece que está todo hecho. Pero la realidad es que no hay nada de nada. Y aquí llegaría el argumento recurrente de que la gente hace, compra y consume lo que quiera. Pero sabemos que se trata de una verdad a medias. Ejemplos miles para demostrarlo en Málaga y en nuestro país en general.
Igual que los vascos meten con calzador su lengua para que no se pierda o hay ciudades donde se promueve el concurso de coplas de carnaval aunque el nivel sea muy bajo pero se fomenta sí o sí, no estaría de más que se enfrentaran las administraciones a la realidad de que el flamenco se nos escapa y Fosforito es ejemplo de ello.
Los niños no saben qué es un Taranto pero sí te repiten una canción de absoluta vejación hacia las mujeres y dan tres bailes frente al móvil. Se supone que eso es la evolución. Aunque en realidad es una soberana porquería.
Reflexión
Toca reflexionar sobre la deuda de Málaga la cantaora con sus palos -del flamenco- y sus palos -al flamenco. Lo celebrado hace unos días es un ejemplo de justicia -nacida de la concejalía que encabeza Teresa Porras a la que toca aplaudir la iniciativa- que debería repetirse una y otra vez para que no caiga en el olvido lo que fuimos, lo que han sido y lo que podríamos ser si quisiéramos.

Intervención de Fosforito durante el acto / álex Zea
Si un chaval, al tropezar en internet con algo de Fosforito, acabara en Spotify escuchando unos Tangos o Bulerías de Cádiz de este maestro, algo habríamos conseguido. Pero para eso hay que promover que se les conozca.
Después nos vamos fuera y hacemos fotitos en Sevilla a azulejos y bustos en reconocimiento a figuras del flamenco. Y decimos: joe qué envidia. Y lo más curioso es que Málaga tiene curriculum e historia para que esto pareciera un museo.
Y si no que le pregunten a Emi Bonilla lo que pasó por su casa. Y a los de Juan Breva. Y a la peña flamenca. Y a la retahíla eterna que hizo de nuestra tierra cuna del cante.
Hoy se homenajea a Fosforito. El flamenco elegante. Sereno. Y serio. Larga vida a su legado. Y bravo por su familia, su gente y los que le acompañan en estos años de reconocimiento. Nuestra ciudad es más rica desde que Fosforito susurra fandangos a nuestro lado.
Viva Málaga.
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