Opinión | Viento fresco

La vida en tres minutos

Series de capítulos hipercortos para ver en el móvil. La modalidad triunfa en China. Lo breve como símbolo de la época, que se nos puede hacer muy larga

Scooters en las calles de Beijing, China

Scooters en las calles de Beijing, China / WU HAO (EFE)

En China están triunfando las series -incluso películas- que se ven el móvil y cuyos capítulos apenas duran unos minutos. Van al grano los chinos. Los europeos todavía necesitamos una hora, o tres cuartos, para que un protagonista ligue con alguien, se case, contraiga una hipoteca, se desengañe, cambie de trabajo y finalmente se marche a la Amazonia a olvidarse de todos. O media hora para que se cometa un crimen y un detective lo resuelva mientras fuma un cigarro tras otro, bebe whisky y lleva gabardina. Los chinos sin embargo, todo esto lo cuentan en un suspiro, en tres minutos. Lo breve como intenso. Lo breve como experiencia total. Lo breve pensado para ver en el metro o el bus. Argumentos para la impaciencia, la dispersión. Claro que también podría verse uno El gatopardo o Novecento en el móvil a razón de tres o cuatro minutitos en cada trayecto diario.

A algunos se nos está haciendo muy largo eso de que la sociedad lo quiera todo rapidito. Lo breve es el signo de nuestro tiempo o a lo mejor es que a los chinos no les pasan cosas. ¿Tendrán publicidad esas series? Algunos capítulos duran menos que la pausa para publicidad de las televisiones comerciales españolas. El otro día viendo el programa de Chicote hubo en La Sexta una pausa de más de diez minutos, por lo menos. Toda una prueba para tu paciencia. Con la televisión a la carta no tienes estos problemas. Mejor sería llamarla televisión a lo corto. Sí, porque empiezas y acabas cuando tú quieras y el sufrimiento no es largo. Los spots de veinte segundo, toda una obra de arte contaruna historia en veinte segundos, nos parecen larguísimos. Algunos anuncios ya no impactan en nosotros una y otra vez (en eso se basaba su efectividad) ahora los evitamos una y otra vez, con lo cual lo que está en juego es nuestra capacidad para hacernos impermeables a estos -y otros- mensajes. La concha que nos protege se va endureciendo y el algoritmo huele nuestro sesgo. El resultado es que oímos lo que queremos oír siempre y cuando nos lo permita Spotify o el berreo de la política.

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