Opinión | Viento fresco

Desayunar en Málaga ya cuesta un cojón

No es una primicia; llego tarde y otros lo han denunciado. Pero nadie escarmienta en clavada ajena. La mía de ayer: 6,20 por café y pitufo.

Incauta y feliz desayunante que tal vez ignora la clavada que va a sufrir.

Incauta y feliz desayunante que tal vez ignora la clavada que va a sufrir. / l.o.

Llego tarde a esta denuncia pero más vale tarde que tragarse la ira: desayunar en Málaga cuesta ya un cojón. Es oficial. Un rito cotidiano para tantas y tantas personas se ha convertido ahora en un lujo. Sí, sí, en el Centro sobre todo, pero es que el Centro (el concepto, el concepto) va camino de expandirse tanto que un poco más y llega ya al Carpena.

Antaño los alegres oficinistas, dependientes, empleados, bajaban a media mañana en entrañables grupetes a hincarse el mitad doble y el pitufo mixto y subían con ganas de comerse el mundo, de hacer más expedientes que nadie y hasta de no dejar que Gutiérrez les haga más la cama. Ahora, si bajan, beben un cafelito y van que arden (sobre todo por lo caliente que ponen la leche). La pausa para el café, recogida en el convenio, se ha convertido para algunos en la pausa para mirar el techo. Otro día hablamos del florecimiento de la figura del gorrón, que sigue desayunando fuera con los compañeros todos los días y nadie sabe cómo.

Llego tarde a esta denuncia desayunil, sí, pero la rapidez nunca ha sido una de mis virtudes, al menos para según que cosas. Y como las tesis que mejor se entienden son las basadas en los ejemplos, vamos a ello. Experiencia personal. Diez y media de la mañana del martes. Plaza de las Flores. Pitufo a la catalana y café: 6,20 euros. Ojo, café grandecito y el pan, bueno. Pero, sin duda, una pasada. Y no era especialmente un sitio de esos que podríamos calificar con excelso rigor de «para guiris» o, como dice ahora ya lamentablemente alguna gente, «para los putos guiris». No. Era un sitio bien puesto casi como de toda la vida. No era franquicia. Ya hacía tiempo que por menos de tres euros te comías un mojón. Cuatro era ya una cantidad respetable e incluso nos habíamos acostumbrado a rozar el cinco. Pero 6,20 (había pitufos más caros, serían de caviar) es a todas luces un síntoma de cuanto se nos está yendo la olla y perdone el lector el tecnicismo.

No es que la clase media se esté empobreciendo, que también, es que hay mucho cara suelto. Mis bares favoritos para desayunar en el Centro-Centro son el Framil y Los Pueblos, donde te cuidan, no te clavan, te dan los buenos días, el producto es bueno y los precios razonables. La culpa es mía por salirme de la habitual.

No faltará el atento lector que en este momento, en feliz hora temprana delante de su cafelito, leyendo el periódico y con la espalda presta a que le metan la gran clavada, exclame ufano: pero hombre, si está todo lleno. Cuidado con esa euforia: puede llevarle a pedir otro café. Y un crédito.

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