Opinión | Málaga de un vistazo

Un golpe

No pasan de moda, de hecho convivimos con ellos de mil maneras desde tiempos inmemoriales

Golpes que a veces pueden vencer, pero nunca convencer.

Golpes que a veces pueden vencer, pero nunca convencer. / EPA

Un golpe lo puede dar cualquiera. De hecho, puede que fuera de las primeras acciones del ser humano, mucho antes del sapiens. Ya los daban los primates, y todavía siguen dándolos allí donde se encuentren. No pasan de moda, de hecho convivimos con ellos de mil maneras desde tiempos inmemoriales. Golpeamos para que nos abran la puerta, aporreando o con sigilo. Y también hacemos uso de ellos para sintonizar con dudosa eficiencia la televisión si la antena no está por la labor. Se dan cuando marcamos el tres por cuatro en un mostrador acompañando un cuplé, para lo que hay que tener cierta noción de ritmo que sólo se logra al empaparse de música. Da golpes el traumatólogo cuando está en plena cirugía, o el herrero con un yunque entre manos. Y sin olvidar los golpes de suerte, que no siempre caen en las manos que más los necesitan, aunque a veces sí. Hay pues golpes que requieren de estudios y conocimiento, pero también vemos que no todos. Los hay que sólo necesitan que se alinee la irracionalidad de unos cuantos para darse. Golpes que a veces pueden vencer, pero nunca convencer. Golpes que reviven a Maquiavelo de la peor de las maneras. Golpes que se pueden simular para buscar legitimidad, y golpes que sólo traen hambre y oscuridad. Un «mal golpe» siempre trae desgracias, a veces en forma de chichones, otras convertidos en auténticas tragedias. Y para buen golpe, seamos honestos, el que dieron Robert Redford y Paul Newman. A decir verdad, no soy muy de dar golpes, ni con la izquierda, ni con la derecha, y tampoco de apoyarlos. A no ser que sean sobre servilleteros para acompañar las coplas de ayer en el Cervantes, entonces me vuelvo ambidiestro.

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