Opinión | La vida moderna merma
Carnaval: la fiesta de tu libertad
Es necesario que el discurso del Carnaval se adecue a los tiempos, que deje de ser un eco del pasado

Billete para el baile de Carnaval de Málaga organizado por la Asociación de la Prensa. / L. O.
El Carnaval en Andalucía siempre ha sido una explosión de color, música y coplas que arrastra tanto a jóvenes como a mayores a sumergirse en una atmósfera de irreverente libertad y crítica social. Sin embargo, este año, la celebración se ha teñido de matices polémicos que invitan a una reflexión profunda sobre el sentido de estas festividades y la evolución de su lenguaje.
Cádiz, históricamente, ha representado la capital del carnaval andaluz. Su concurso de coplas es sinónimo de calidad, ingenio y un arte que combina la sátira con la tradición. Las letras, siempre cargadas de crítica y picardía, han sabido mantenerse vigentes a lo largo de los años, convirtiéndose en un espejo de la sociedad y sus contradicciones. Por otro lado, Málaga ha mostrado un crecimiento sostenido, erre que erre, consolidándose gracias, en parte, a un notable apoyo institucional. Este respaldo, aunque útil para dinamizar la fiesta, plantea la incógnita de si la esencia del carnaval, como manifestación espontánea de la cultura popular, se diluye cuando depende excesivamente de impulsos externos. ¿Hasta qué punto la intervención institucional legitima o empobrece la representación genuina de la sociedad?
Una de las contradicciones más evidentes del carnaval reside en la aparente paradoja entre la libertad que lo caracteriza y la rigidez de ciertos discursos que en él se expresan. Tradicionalmente, el carnaval se ha erigido como la fiesta de la libertad, donde las máscaras permiten expresar críticas y reivindicaciones sin restricciones. No obstante, este año, en el concurso de coplas se ha observado una tendencia sorprendente: se suceden intervenciones con críticas directas al PSOE y a Pedro Sánchez, lo que ha llevado automáticamente a que un numeroso grupo de críticos tache a estos comparsistas poco menos que de traidores. Este fenómeno resulta curioso y, en cierto modo, contradictorio. ¿Qué tipo de libertad es ésta, aquella que parece restringirse únicamente al ámbito individual y a la crítica de un solo bloque ideológico?
Resulta paradójico que, en una fiesta que se proclama libertaria, se ve un sector de la sociedad utilizando ese espacio para descalificar abiertamente a un gobierno progresista. Esto abre un debate sobre la verdadera naturaleza de la libertad en el contexto actual: ¿se trata simplemente de la libertad de expresión para desahogar opiniones particulares o se ha convertido en una herramienta para perpetuar divisiones y reenfocar antiguas luchas en escenarios que ya no se corresponden con la realidad del siglo XXI?
Otra reflexión que merece atención es la evolución –o la falta de ella– del lenguaje empleado en las coplas. Con frecuencia, las letras adoptan discursos que parecen sacados de una retórica de décadas pasadas, recordando a gritos de la Guerra Civil o a consignas que, si bien pudieron tener cabida en otro tiempo, hoy resultan incongruentes con las problemáticas contemporáneas. Frases como “el yugo que oprime” o alusiones a una opresión casi palpable pueden tener el encanto de lo romántico y lo reivindicativo, pero, al mismo tiempo, reflejan un discurso que comienza a desentonar en una sociedad que ha evolucionado en sus formas de entender la lucha social.
No se trata de desmerecer la importancia histórica de esos mensajes, ni de negar que en alguna etapa del pasado fueron el clamor de un pueblo en busca de justicia y equidad. Sin embargo, en 2025, en una Andalucía que convive con realidades complejas y cotidianas –donde el desafío ya no es únicamente levantar la voz contra un sistema opresor, sino adaptarse a un mundo globalizado y tecnológicamente avanzado– es imprescindible que los discursos, incluso en el ámbito del entretenimiento, evolucionen y se adapten a nuestras nuevas realidades. El carnaval, por más que se preste a la crítica social, es ante todo una fiesta de entretenimiento, donde la sátira y la burla deben acompañarse de una visión que conecte con la vida diaria y los desafíos actuales de la juventud y la clase media que son quienes lo consumen.
La necesidad de actualizar el lenguaje de las coplas no es una cuestión de moda o de purismo cultural, sino de relevancia y eficacia comunicativa. Las letras, que en otras épocas lograron movilizar conciencias y señalar injusticias, hoy corren el riesgo de quedar en un discurso obsoleto, desconectado de las inquietudes reales de un público que vive en una era de cambios brutales. La crítica social puede, y debe, renovarse para hablarle a las generaciones actuales, sin perder la esencia irreverente y festiva que caracteriza al carnaval.
Las coplas, pese a sus excesos y a veces a su lenguaje anticuado, cumplen una función dual: por un lado, permiten expresar descontentos y reivindicaciones; por otro, actúan como válvula de escape frente a las tensiones del día a día. No obstante, cuando estas manifestaciones se transforman en discursos polarizadores, en que se excluye a ciertos sectores por su orientación política, se corre el riesgo de convertir una fiesta popular en un escenario de confrontación ideológica.
El desafío quizá sea encontrar el equilibrio entre la crítica social y el carácter festivo del carnaval. Por un lado, es indudable que el carnaval debe seguir siendo un espacio para la denuncia y la sátira; por otro, es igualmente necesario que su discurso se adecue a los tiempos, que deje de ser un eco del pasado y se convierta en una herramienta que realmente conecte con la sociedad actual. Así, la celebración no solo recordaría viejas glorias, sino que se proyectaría como una plataforma para construir un futuro más inclusivo y reflexivo.
Quizá, al final, el verdadero desafío del carnaval sea justamente ese: encontrar la manera de celebrar la libertad sin encerrarla en discursos empaquetados y previsibles, permitiendo que el humor y la crítica coexistan de forma auténtica. En definitiva, la esencia del carnaval no reside en el grito de «No pasarán» de carteles de épocas pasadas, sino en la capacidad de reinventarse, de mirar hacia el futuro sin olvidar las raíces que lo hicieron algo tan bueno y bonito. Sin olvidar el DETALLE de que consumen esos concursos gente de todo color ideológico.
Larga vida a la originalidad y muera el discurso trillado. Que para eso ya me pongo el documental de La Pasionaria en Amazon Prime.
Viva Málaga.
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