Opinión | La señal
La Señora de Negro
No se dirá que estos tiempos no son de cambio de época. El discurso en Múnich, el viernes 14, de J. D. Vance, vicepresidente de los USA, marca un hito y un después. Como cuando mamá te llama por la mañana, niño, levántate, que es la hora, igual, y el niño sigue en la cama. Solo que el niño engaña como si fuera a ir al cole, la conocida piarda, y por eso Macron convoca una cumbre en París que no decide nada y la vida sigue. Pero no cita Von der Leyen, sino Emmanuel, que no es presidente de la Comisión -de miembros no elegidos por los ciudadanos, no se olvide-, todo muy fingido.
Ese viernes tuvo lugar el desembarco de Normandía 2.0, y quizá el último. O la UE se pone las pilas y dispara el presupuesto de Defensa, sin trampas, sin los apuntes debajo del pupitre, o el tío Sam se da media vuelta, se centra en el Asia-Pacífico y deja a los europeos que se defiendan solos del oso siberiano, a ver si puede, o este se los zampa en un santiamén. Que ya está bien que tengan que venir del otro lado del Atlántico y poner también sus muertos para salvarnos, ayer de los nazis, hoy de los rusos. No más soldados Ryan caídos en las playas de Omaha.
Mario Draghi ya había aconsejado en su informe lo que había que hacer para competir con éxito -enfoque común en el crecimiento-, pero la Von der Leyen guardó esos papeles en un cajón de su escritorio, abajo, el más próximo a la papelera. Lo malo es que el problema es nuestro, no de ella.
J. D. lo dijo muy claro, la principal amenaza de los países europeos «no es Rusia, sino la sofocación de la libertad de expresión por parte de los burócratas de Bruselas». Porque con la excusa de la desinformación, están limitando la libertad de expresión. Hasta hace poco, había solo dos delitos básicos en esta mesa de juegos de la libertad de expresión, el de injurias y el de calumnias, pero hoy en el Código Penal hay unos 30 tipos delictivos que tienen que ver con la difusión de datos, de informaciones, de opiniones…, y la Ley de Servicios Digitales ahí, disfrazada la Señora de Negro. Añádanse las jaurías digitales cabalgando en persecución de quienes osan saltarse las líneas rojas marcadas con un rotulador más grueso que el de Trump. Más abajo, Robespierre Albares «cortaba» unas cuantas cabezas de embajadores demostrando quién manda. Pobre.
En la Ciudad del Paraíso, lo que importa es que el CAC sigue cerrado e, incluso -al que no quiere caldo, dos tazas-, se retrasa unos meses del 2026. Eso sí, el logotipo es muy importante, que nadie lo duda, pero el carro no va antes que los bueyes. Así, ¿cómo vamos a competir?, con unas administraciones más pesadas que el oganesón (número atómico 118). Sin embargo, es la Gerencia Municipal de Urbanismo el principal arrecife a sortear, ahora con José María Morente, presuntamente al timón, lo digo por aquella frase de T. S. Eliot de «una selva de espejos».
Y es que como hasta un yihadista se sienta en el Congreso -uno de los autores de la matanza de Barcelona y Cambrills- pues podríamos encontrarnos cualquier día a algún conocido delincuente malagueño en un pleno municipal perorando sobre el acoso que sufren él y sus colegas por la Policía. Pero no sucederá, lo del acoso, la perorata vamos a ver. Igualito que Carmen en La Deriva, donde recalamos para repostar. No he visto en mi vida una camarera más diligente que ella, se mueve tras la barra a la velocidad del rayo y con una sonrisa en los labios que es un paisaje al amanecer. Entonces, mi interlocutor me atrae con la noticia de que Naciones Unidas mete miedo con el asteroide 2024YR4 que, en 2032, podría pasar a miles de kilómetros de la Tierra, tienen que justificar el sueldo, claro. Todo arte de la guerra se basa en el engaño, le digo. La ONU no tiene bastante con el planeta y se va al espacio exterior, ¿y si no pudiera regresar? Sugestiva pregunta. José Agustín Goytisolo lo planteó así:
El tiempo se agrandaba en los rincones,
se detenía en torno al corazón,
mientras el estruendo proseguía,
lejos, lejos, quién sabe si real.
Después, todo más claro:
los sonidos pequeños, el crujido de un mueble
la lluvia en el desván.
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