Opinión | El ruido y la furia
Memoria del sur
En el sur que habito y que me habita, ese que no está debajo de nada, el viento tiene los ojos claros y trae el mar sobre los hombros
Escribo desde el sur, este sur que habito y que me habita, en estos días que celebramos su fiesta. El sur es, siempre ha sido, un modo de ser más allá de la cartografía. Geográficamente (pero no solo geográficamente, también simbólica, cultural, socialmente), el sur se opone al norte. Acaso por esa oposición, aunque sepamos desde hace ya algunos siglos que la Tierra es esférica y que gira sobre sí misma, mucha gente sigue llamando ‘abajo’ al sur, como si ir al sur fuese un descenso, un declive, una decadencia. Decir ‘abajo’ para referirse al sur ni es una inocencia ni es inocuo. Se baja a los infiernos y se sube a los cielos; se hunde uno en la miseria pero se eleva en éxtasis…
«Yo soy un hombre del sur,/ polvo, sol, fatiga y hambre», dicen unos versos de Pedro Garfias. ‘Del sur’, pero no de abajo. Sin embargo, la fórmula persiste. Quizás porque el sur es más pobre. Quizás porque es más viejo. Quizás porque en el sur se tiene otra forma de ver la vida, otra forma de pronunciarla, otra forma de vivirla. «En el norte los del norte/ tienen una condición/ que en el sur no la tenemos./ En el sur a los del sur/ puede ser que nos importen/ las cosas un poco menos», dejó dicho aquel genio gaditano que se llamó Juan Carlos Aragón.
En el sur que habito y que me habita, ese que no está debajo de nada, el viento tiene los ojos claros y trae el mar sobre los hombros. Sentado ante su orilla, escuchando sus azules, comprendes que todo está determinado: Los designios de tu sangre, la forma de tu sombra, cuándo deshará el tiempo tu ceniza, y que es tu nombre lo que nombra ese silencio de olas. Y hoy que el poniente está desordenando el mar y parece que las olas troten al azar delante de las gaviotas, sé que esté donde esté mi sangre, mi sombra, mi ceniza, vuelan siempre al sur, como los vencejos en otoño. Acaso sea porque la desnudez de la luz del sur (quizás ya lo he contado) viene de mi infancia a devolverme el camino entre las jaras, la marea lenta del río, el sabor a moras de la tarde. Y porque hay un momento en la vida en que ya casi todo es memoria. Y memoria adentro, una vieja soleá se mece en mi recuerdo. La voz del sur es así a veces, una quietud azul de puertas cerradas, de cristales empañados, de perro que ladra a lo lejos. Es memoria adentro donde el sur marca su latido más hondo, doce pulsos de un cante que reza a un dios que ya no recuerda, para elevarse sobre sí misma, nunca abajo, siempre alta como su luz.
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