Opinión | Tribuna
Tiempo de artritis política
Para la juventud de hoy, salvo raras excepciones Blas Infante no es ni un telonero de la historia; más simple y más doloroso: no les dice nada. De pena, para hacérselo pensar

Monumento a Blas Infante rodeado de flores durante el acto por el 86 aniversario del asesinato de Blas Infante. / L.O.
Celebrar el 28 F es de obligado cumplimiento y si el Himno (con mayúscula) lo entona Pablo Alborán, con el sentimiento profundo y social a que invita su letra, miel sobre hojuelas. Levantaos andaluces, pedir tierra y libertad. Blas Infante, el padre de la patria andaluza en esencia. Asesinado en una cuneta, a las puertas de Sevilla. Queipo de Llano, el bocazas fascista, dicta sentencia. Sobre él recayó el silencio de la dictadura franquista. Para la juventud de hoy, salvo raras excepciones Blas Infante no es ni un telonero de la historia; más simple y más doloroso: no les dice nada. De pena, para hacérselo pensar. Y es que en estas fechas quienes desde el 4 de diciembre de 1977, con el asesinato de Caparrós sobre nuestra memoria, estuvimos a pie de calle para conseguir la libertad y la autonomía esta fecha es marca indeleble por donde transcurren otros personajes que fueron y son puntal básico para haberla alcanzado. El 28F abrió la esperanza y la ilusión. En eso estamos. Lamentablemente son muy pocos los colegios e institutos donde esta reciente historia de nuestra tierra encuentra acogida, cayendo en el silencio de quienes están a favor del olvido o, lo que es peor, de quienes tienen como objetivo, al parecer ineludible, reescribirla. Es habitual en nuestra tierra coger el rábano por las hojas. Tengo para mi historiadores, otrora rigurosos, que ahora verdean en los pastos de la derecha y, lo que es peor, meciendo la cómoda hamaca de la derecha extrema. Así les va.
Quienes no podremos, ni queremos echar tierra, cenizas y odio a los que nos llevó a conseguir la autonomía; a los hechos y las personas que fueron protagonistas de estos momentos históricos, pudimos en el congreso de los socialistas, celebrado en Armilla (Granada) andaluces reconfortarnos con el pasado, vivificando el presente y soñando con un futuro que no esté inundado de la mierda con la que Steve Bannon, de la mano de Trump y de sus adláteres, pretenden ahogarnos.
La artritis, como se sabe, es una enfermad crónica que sólo admite tratamientos paliativos que se eterniza en el cuerpo de las personas que la padecen. Los dolores surgen y te joden, a veces insoportables. Pero es lo que hay, diría un reumatólogo que maneja pastillas y técnicas para reducirte el dolor. Me venía esta reflexión cuando abandonaba el congreso de los socialistas andaluces, celebrado este fin de semana en Armilla (Granada) y donde pude asistir a momentos que me tocaron los fondillos de mi historia personal como periodista. La primera de ellas, conocer que, salvo el PSOE-A que lo ha propuesto, ningún partido calentando sillones en la Cámara andaluza está por otorgar el honor al primer presidente de la Junta de Andalucía, Rafael Escuredo (1979) de ser declarado ‘Padre de la Patria Andaluza’. La derecha, o sea el PP, porque tiene su hombre, Manuel Clavero Arévalo, para Vox porque la autonomía y Escuredo le saben a cuerno quemado y para la izquierda, la real y la ficticia, porque teniendo a Blas Infante, el declarado padre de la patria andaluza, para qué quieren otro. A la vista del panorama, María Jesús Montero, la nueva secretaria general del PSOE-A, proclamó que Rafael Escuredo sería presidente de honor de este partido. Menos da una piedra. Rafael Escuredo, socialista cabal, convencido autonomista, que se enfrentó a tirios y troyanos, dentro y fuera de su partido, que hizo de su capa un sayo para lidiar el toro del franquismo para quien la autonomía era destripar la patria España, que se las tuvo tiesas con Adolfo Suárez, ya es sabido: «andaluz, este no es tu referéndum» y Felipe González, florero ajado por los años. Rafael Escuredo supo entender lo que el pueblo andaluz quería y consiguió se celebrase el referéndum de autonomía el 28 de febrero de 1980. Bien merece ser padre de la patria andaluza. Pero para ello habría que tener grandeza política y no la hay. Estamos atacados de artritis política, tan pedigüeños con quien dejó su vida para conseguir la autonomía por el 151, que miran a otro lado, que no merece la pena perder un minuto. Son ellos los que pierden. Escuredo está en la historia, en nuestra historia. En el Congreso del PSOE-A no se recuerda tanto tiempo con las palmas echando chispas. Pero no es suficiente.
Hubo otro momento en el Congreso que a quienes estamos atados a la historia reciente, los que vivimos a pie de calle, llenándonos los fondillos de los pantalones para desarrollar el oficio de periodista, nos tocó el corazón. Subido a la tarima el expresidente del Gobierno, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, dirigiéndose al expresidente de la Junta, el socialista Manuel Chaves, modulando sus palabras, utilizando pausa silenciosa, proclamó: «Manolo Chaves, grande, muy grande» y añadió «Y Pepe Griñán, grande, muy grande. Decentes, muy decentes, muy honestos». Pausa medida y los congresistas estallaron en un eterno aplauso. Manuel Chaves, emocionado aunque con control propio de él, levantó la frente, sonrió por bajines, miró al frente y fijó su mirada en María Jesús Montero con una sonrisa más amplia.
Yo tenía a mi lado a un histórico socialista, con tantas batallas dadas, que ni Moisés con los diez mandamientos le puede hacer sombra. «Justicia política». Ni una palabra más. Suficiente.
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