Opinión | La vida moderna merma

La Andalucía de Javier

González de Lara es de esas personas que, sin necesidad de grandes titulares, están siempre ahí, empujando, mediando, buscando soluciones y aportando ideas

Javier González de Lara recibe la Medalla de Andalucía de manos del presidente de la Junta, Juanma Moreno.

Javier González de Lara recibe la Medalla de Andalucía de manos del presidente de la Junta, Juanma Moreno. / JULIO MUÑOZ (EFE)

En una sociedad donde el ruido se premia más que la acción, donde los titulares importan más que las soluciones y donde el espectáculo de la confrontación política ha desplazado a la búsqueda del consenso, hay personas que, sin armar escándalo, trabajan cada día por mejorar lo que les rodea. Javier González de Lara es una de esas personas. La reciente concesión de la Medalla de Andalucía a su persona no solo es un reconocimiento merecido, sino también un acto de justicia hacia una trayectoria de servicio discreto y eficaz. Un ejemplo de que el compromiso y la dedicación pueden ir de la mano de la humildad y la mesura.

Quienes conocen a Javier saben que no es un hombre de estridencias ni de declaraciones incendiarias. No busca protagonismo, ni se deja arrastrar por la tentación de la confrontación fácil. Es de los que prefieren dialogar antes que imponer, de los que creen que los acuerdos se construyen en la conversación serena y no en los eslóganes de trinchera. Un hombre rodeado de política pero que no la practica en el sentido más pernicioso del término: no se ha dejado llevar por sectarismos ni ha caído en la tentación de dividir en bandos irreconciliables. A pesar de que ha tenido que moverse en escenarios donde las pasiones se desatan con facilidad, siempre ha sabido mantener la cabeza fría y la mirada puesta en el interés común.

Porque si algo define a Javier González de Lara es su compromiso con el bien de su tierra. Y cuando digo «su tierra», les hablo de Andalucía, por supuesto, pero muy especialmente de Málaga. Javier es un malagueño clásico en el mejor sentido de la expresión. Victoriano de nacimiento, cofrade del Monte Calvario y profundamente enamorado de su ciudad. La lleva en la sangre y en la mirada, y no hay proyecto que le importe más que el de verla avanzar, crecer y consolidarse como un referente en todos los ámbitos. Lo hace sin aspavientos, sin grandes discursos ni gestos grandilocuentes, pero con una constancia inquebrantable. Es de esas personas que, sin necesidad de grandes titulares, están siempre ahí, empujando, mediando, buscando soluciones y aportando ideas. Probablemente mucho de lo que aquí sucede, se cocina y cuaja, tiene su sello. Siempre está para ayudar. Siempre tiene ideas para que mejore lo común y raro es verlo anteponer lo personal a lo comunitario.

Pero sería injusto reducir su figura al ámbito empresarial o institucional. Porque Javier es, ante todo, un buen hombre. Un buen amigo, de esos con los que siempre se puede contar. Un buen padre, que ha sabido compaginar su vida profesional con su faceta más personal sin descuidar ninguna de las dos. Y un hombre con una sensibilidad especial que pocos conocen. Porque, además de todo lo dicho, es un artista. Su pasión por la pintura, y en especial por las marinas, lo ha llevado a exponer y vender sus obras en todo el mundo. No es una afición pasajera ni una distracción ocasional: es una parte fundamental de su vida, una vía de expresión que le permite volcar su amor por el mar, por la luz de Málaga y por esos paisajes que, como él mismo, transmiten calma y profundidad -a ver si me regalas un cuadro-.

Recibir la Medalla de Andalucía es un honor que se concede a quienes han trabajado por el bien de esta tierra. Y, en un tiempo en el que tantas distinciones se conceden por motivos más políticos que meritocráticos, es reconfortante ver que se reconoce a alguien que realmente ha hecho por Andalucía muchísimo más que aquellos que se dedican a repetir consignas vacías. Javier no se deja llevar por discursos de ocasión ni por los juegos de la política de bandos. No necesita levantar la voz para que su trabajo se note. Y ese, precisamente, es su mayor mérito: su capacidad de hacer sin ruido, de construir sin destruir, de tender puentes en lugar de levantar muros.

Nuestra sociedad necesita, más que nunca, gente buena. Personas que no busquen el aplauso fácil ni el reconocimiento inmediato, sino que, con su ejemplo diario, marquen el camino del bien sin necesidad de proclamarlo. Gente para momentos de dolor y también de gloria. Buenos cristianos que no predican con palabras, sino con hechos, con su manera de ser, con su compromiso con los demás. Javier González de Lara es uno de ellos. Un hombre de principios, que ha sabido navegar en aguas difíciles sin dejarse arrastrar por el ruido de las trincheras ni por la comodidad de los extremos.

Es fácil caer en la crispación, en el enfrentamiento, en la división. Lo difícil es hacer lo correcto, apostar por el diálogo cuando todo empuja a la confrontación, mantener la sensatez cuando el populismo y la demagogia parecen tener más recompensa. Pero es ahí donde reside la grandeza de quienes, como Javier, trabajan en la sombra, sin hacer ruido, sin discursos grandilocuentes, pero construyendo, cada día, una sociedad mejor.

Hay quienes buscan la santidad en lo extraordinario, pero el verdadero desafío está en ser santos en la vida ordinaria. En hacer bien el propio trabajo, en ser un buen padre, un buen amigo, un buen ciudadano. En ayudar sin esperar nada a cambio, en buscar siempre el bien común por encima de los intereses personales o partidistas. Ese es el verdadero heroísmo cotidiano. Y en esa discreta pero constante labor, Javier es un ejemplo. Un malagueño de los que engrandecen nuestra tierra con su hacer diario, con su mirada limpia y su voluntad de construir en vez de destruir. Y eso, actualmente, es mucho más valioso de lo que a veces alcanzamos a ver.

En estos tiempos de crispación y polarización, hacen falta más personas como Javier González de Lara. Más personas que entiendan que el futuro no se construye con discursos incendiarios, sino con trabajo y compromiso. Que prefieran sumar en lugar de dividir. Que sepan que la verdadera influencia no se mide en seguidores de Twitter, sino en las huellas que se dejan en la realidad. Málaga, Andalucía y España necesitan más gente así. Y por eso es justo celebrar su Medalla de Andalucía. Porque si de algo estamos necesitados, es de personas que, en la sombra, hagan más que aquellos que solo saben hablar.

Viva Málaga.

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