Opinión | Viento fresco

Idea y chupito para todos

Un señor abre un libro y salta una idea que salpica en toda la cara a la concurrencia de un local. Se desatan los acontecimientos

El menú del día, un gran invento.

El menú del día, un gran invento. / l.o.

El otro día, un señor con un gran parecido a Iniesta abrió un libro en una cafetería y del libro saltó una idea que salpicó en toda la cara a varios de los desayunantes. Uno de ellos, hombre atildado y con aspecto de haber estudiado a fondo la lista de los reyes godos y las dinámicas inversoras chinas en occidente, sacó un pañuelito de la chaqueta, lo agitó con energía de capitán prusiano y cuando logró estirarlo lo pasó por su faz, que no quedó limpia del todo y sí trasmutada y menos rígida. Contraviniendo su costumbre, pidió un tequila al camarero. Camarero que, por cierto, aspiraba a ser cronista oficial de su ciudad.

Una señora a la que la idea le había salpicado también, se levantó de la silla y encaró la calle con el rostro lleno de líquido dudoso, de líquido de la idea. Contraria a utilizar el transporte público, corrió sin embargo, y rauda, a la parada más próxima. Cuando el autobús paró trató de colarse pero el conductor, también aspirante a cronista oficial de su ciudad, que por fortuna no era la misma que la del camarero, se lo impidió gritando a pleno pulmón: vade retro, Mari Carmen.

La señora retrocedió mansa y encaró una boca de metro cercana alejándose ya para siempre de la vista de todos, de esta narración, del autobús y de un posible aperitivo en el local del que salió. Mientras, en la cafetería, la idea salpicante se había extendido por el suelo, los rodapiés y hasta había llegado a la barra y los lavabos. No olía mal pese a su incierta viscosidad.

El camarero aspirante a cronista comenzó a sacar bebidas y a decir, dando vivas a Letonia, que estaba todo el mundo invitado y el joven que siempre hacía el crucigrama del periódico, para fastidio de los impacientes que creían que acaparaba demasiado tiempo el ejemplar, comenzó a decir, como si recitara una oración: «Canción canaria: Isa». A continuación pidió una sopa de letras y prometió no protestar nunca más por la falta de sal en el primer plato del menú. Menú que, por cierto, el cocinero salió a cambiar en la pizarra que lo anunciaba. Borró el «Primero, segundo, postre y bebida, 10 euros» y puso: «Primero, segundo, postre, bebida e idea novedosa, 9 euros». Un parroquiano, con un manchurrón en la calva producido por la idea, lo increpó alevoso: ¡y chupito, y chupito!

Cuando llegó el señor de la limpieza, al fin, todos corearon: vete a tu casa. Me parece buena idea, dijo él.

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