Opinión | Málaga de un vistazo

Ciento noventa y tres

Antes de salir de casa, las primeras imágenes de humo y caos en televisión se grababan en la retina. Decían algo de unas explosiones

Memorial en homenaje a las víctimas del 11M en la estación de Atocha.

Memorial en homenaje a las víctimas del 11M en la estación de Atocha. / José Luis Roca

Este martes habrán pasado veintiún años, aunque no importe los que pasen. Es imposible olvidar dónde estabas aquel día. Mi alarma sonaba a las 7:20. Desayunaba con mis padres mientras oíamos como siempre en la radio a Tom Martín Benítez. De repente, saltaban las alarmas. Nadie sabía qué sucedía en Madrid, pero era algo grave. Antes de salir de casa, las primeras imágenes de humo y caos en televisión se grababan en la retina. Decían algo de unas explosiones. Al llegar al instituto, recuerdo que tocaba Lengua y Literatura. Se hablaba de un atentado. No queríamos que la clase se impartiese como si nada hubiera pasado. Nuestro profesor, Emilio Platero Rojas, calmó los ánimos, nos pidió mesura y finalmente acabó dando la lección: Ramón González de la Serna. Aquella tarde tenía fútbol, pero no fui. Al día siguiente conservatorio, pero no ensayé. En casa, mi madre no dejaba que nadie cambiase el canal y estuvieron las noticias hasta la noche. Hablaban de más de 200 víctimas, aunque finalmente contabilizaron 190. La barbarie fue tal, que pareció que hubieran entre las vías más cuerpos de los que había. El 3 de abril mataban a Francisco Javier Torronteras, subinspector del GEO, cuando cercaban a los terroristas en Leganés. El 10 de mayo, murió Nicolás Jiménez Morán, un bebé nacido dos meses después, que falleció a los dos días de nacer por las lesiones de su madre en los atentados.

Diez años después, fallecía Laura Vega García tras una década en coma. Tenía 26 años cuando la masacre. Desde 2007, un memorial les recuerda en Atocha, y el silencio atronador que allí reina, te traslada a aquella mañana que nunca debió existir.

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