Opinión | 725 palabras

Andaba yo escribiendo

Lo del presidente de la comunidad valenciana debiera ser motivo de un estudio sereno, porque bien podría terminar siendo el preciado objetivo de una cátedra

Carlos Mazón.

Carlos Mazón. / EP

Con carácter general, cuando me atrevo con la osada intrepidez de vestir la desnudez del folio en blanco, casi nunca sé de lo que voy a escribir. Lo que acabo de aseverar es posible que obedezca a mi cerril obcecación de mantener vivamente grabado a fuego en mi consciente y en mi subconsciente que lo único de lo que yo dispongo cada vez es de mi «aquí y ahora». Y a veces ni eso, que es lo que ocurrió el pasado viernes con este artículo que usted, sufrido leyente, acaba de arrancar a leer en este momento. Solo había avanzado cinco líneas cuando reparé en que ahí andaba yo, escribiendo, sin saber lo que me deparaban las trescientas cincuenta palabras que faltaban para cerrar el artículo.

De pronto, sin causa ni efecto manifiestos, sentí el impulso de escribir a propósito de que en todos los instantes de mi existencia, mi «antes» siempre ha ido adormilándose a la par que mi «ahora» se desperezaba y, ello, sin despreciar el pasado como lo que es, es decir, sin despreciar la columna maestra en la que todo se sustenta, porque la aspiración vital bien entendida, en el sentido de su realidad total, responde más a los conceptos de trampolín y lanzadera que explicitan el avance y el mañana, que a los de butaca y sofá que explicitan el rabioso presente convenientemente asistido por la realidad de un gin-tonic gustosamente libado repantingado en la solemne comodidad de un sofá o una butaca.

Dar cuenta de los espirituosos gin-tonics y de todos sus iguales instalado solemnemente en el «aquí y ahora», además de una demostración fehaciente de la magia holística, da fe de los beneficios de saber vivir la existencia en tiempo presente, que es el único tiempo experimentable, especialmente con los gin-tonics y todos sus similares. Ni los gin-tonics, ni nosotros, sus agradecidos consumidores, somos formalmente iguales todos los instantes de nuestra existencia. Cada mirada, cada gesto, cada postura, cada intención, es universalmente distinta y adaptada a cada segundo, hecho éste que la hace formalmente original respecto de sus predecesoras y predecesores.

Sin pretender restarle importancia al pasado y al futuro, sino todo lo contrario, es decir, respetándolos solemnemente y adulzando sus nombres con palabras más cotidianas como «el antes», «el ahora» y «el después», las tres fases de la existencia se convierten en una realidad única que explicita un tiempo único en función de cada fase y de la interdependencia recíproca entre todas ellas.

Lo que propone el anterior párrafo explica científicamente el desastroso talante del presidente del Gobierno de Valencia en sus múltiples comparecencias con intención de exculparse, a base de intervenciones contradictorias que más que a la catástrofe y a sus víctimas lo que hacían era expresarlo a sí mismo como un presidente fementido que en ninguno de sus intentos estuvo a la altura que exigía la desgracia.

La pretendida soltura dialéctica con la que el presidente Mazón pretendió exculparse de su deber como primera autoridad del gobierno valenciano fue el reto propio de una altura política de la que el presidente Mazón aun carece.

Uno le presta el oído y la visión al teatrillo que montó en las cortes valencianas y no hace falta demasiado esfuerzo ni tiempo para tomar consciencia de que los hermanos Álvarez Quintero se habrían quedado en bragas ante tamaña hazaña teatral, llevada a cabo en el noble escenario en el que se dirimen las razones de gobierno de la autonomía.

Pareciere que el presidente Mazón torpemente aspira a ser el reyezuelo de unos dominios en los que las danas son fenómenos prohibidos por todas las leyes universales. Lo del presidente de la comunidad valenciana debiera ser motivo de un estudio sereno, porque bien podría terminar siendo el preciado objetivo de una cátedra que, en su caso, seguro que explicaría más la displicencia del personaje que la de la persona en la que habita el personaje que no supo impedir ni paliar ni minimizar la dolorosa cifra de ciudadanos muertos que se produjeron en sus dominios.

Jung, que alguna autoridad tiene en las ciencias de la salud mental, lo sentenció sin carencias: «lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma, dijo», pero, no sé, me da que don Carlos Arturo no debe ser un lector asiduo de don Carlos Gustavo, su tocayo en lo relativo a su primer nombre.

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