Opinión | Notas de domingo
París no se acaba
El cronista viaja y luego tiene nostalgia. Normal. Peor sería tener paperas, una hipoteca variable o granos en la nariz

Fachada de Notre Dame. / Reuters
Lunes. Día luminoso en París, la primavera pide paso. Nosotros también, en un cruce de la Rue Rívoli desde el que nos dirigimos a un café para reponer fuerzas, cafeína y azúcar. Luego nos espera el Louvre. París está lleno de tentaciones, turistas y sitios coquetos donde sentarse a beber, conversar y mirar a los viandantes. La última vez que vine era otoño. Ahora los colores de las hojas de los árboles, de los que tienen hoja, son distintos. La noche anterior, y en el vuelo, estuve leyendo ‘París no se acaba nunca’, para ambientarme, de Enrique Vila Matas. En esta novela cuenta cómo alquiló una buhardilla propiedad de la escritora Margarite Duras, cómo escribía cartas a su padre para que le mandara dinero, cómo frecuentaba los cafés y se topaba con otros escritores y diletantes y hasta describe cómo era la portera del edificio, valenciana exiliada: «A todos los franceses les ha dado por escribir y ahora veo que a los catalanes también». Sale Hemingway. El libro es irónico y serio, ensayístico y memorialístico. Metaliterario. De él extraigo una perla: «La ironía es la más alta forma de la sinceridad». A Vila Matas lo quieren mucho en Francia e incluso se ven libros suyos en los puestos de buquinistas de la ribera del Sena. A media tarde, sentado en las escalinatas del edificio de la Ópera, me da por asignar procedencia y oficio a algunas de las personas que por allí deambulan delante de mi vista. Hago fotos. Reanudamos la marcha. La jornada terminará en la puerta de la casa de Víctor Hugo, en la plaza de Los Vosgos. En los soportales hay restaurantes y por los cristales veo pequeñas mesas con botellas de vino en las que se arremolinan comensales que parecen ajenos al frío y charlan animadamente. Tal vez charlen de las novelas de Víctor Hugo, quizás de Mbappé o de las maneras de preparar un calamar relleno de foie. Suelto un chistecillo: seguro que Víctor Hugo era el presidente de la comunidad. No hace mucha gracia. Pruebo la cerveza Le Parisien. En la cena, parafraseo para mis adentros: Dios inventó la comida y los franceses, las salsas.
Martes. Almorzamos en Le ciel de Paris, planta 56 de la torre de Montparnasse. Las vistas son como para quedarse toda la semana ahí asomado. París en su inmensidad, la Eiffel majestuosa. Unas zonas de la urbe tienen sol y otras sombra. Bullicio moderado. Franceses que hacen negocios, parejitas, turistas. Hasta un señor que se parece a Vila Matas. Bebemos un Burdeos y el maitre, afable, de padre argentino, nos cuenta su vida desmintiendo el tópico de los parisinos antipáticos. Me recuerda a un personaje de los cómics de Asterix. A la tarde, sabia combinación de lo espiritual y lo mundano: Notre Dame y las Galerías Lafayette. No compro nada. Debo ser el único. En el hotel, de madrugada, pongo el Canal 24 Horas de TVE, puro masoquismo en lugar de procesar el gozoso día y descansar. Bastan unos días fuera, sobre todo en París, para que ya algunas noticias de la aldea te parezcan una marcianada. No quieren estos franceses que te prives de nada. Han colocado en el mini bar una botella de Moêt Chandon.
Miércoles. Nostalgia de París, claro.
Jueves. Tertulia en Canal Sur Radio con Fran López de Paz, Lourdes Lucio (El País) y Alberto García Reyes, director de ABC de Sevilla. La actualidad trae asuntos feos, asuntos polémicos, espinosos, poco agradables. Pienso: «El café da energía para denunciar tropelías». Rima. Podría ser un verso de un poeta moderno o un poema de un imitador de Gloria Fuertes, injustamente banalizada, mujer de gran talento. A la tarde, hago las paces con el sofá, al que tenía algo abandonado. Escribo la columna diaria tan tarde que va saliendo lenta, como si las musas ya durmieran, como si mi energía fuera nula. Lo intento pero no logro meter en el texto la palabra ‘columbrete’.
Viernes. No sé qué opinan de esta sensación o si la han experimentado alguna vez: alegrarte más de un premio a alguien que si te lo hubieran dado a ti. Además de que la cosa da pie a una celebración. Otra ronda.
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