Opinión | Mirando al abismo

Málaga

Vivir y otras cosas serias

La vida es un regalo frágil, un hilo delicado que se teje entre momentos pequeños que damos por sentados, éxito y fracaso, amor y pérdida. A menudo, nos sumergimos en la rutina diaria olvidando cuán precario es nuestro paso por este mundo. Sin embargo, en ocasiones, la vida nos sorprende con eventos que nos sacuden y nos recuerdan que nuestra existencia es tan efímera como un grano de arena.

En un mundo acelerado, donde el tiempo parece correr más rápido que nunca, es fácil perder de vista lo esencial. Nos preocupamos por metas, plazos y expectativas, como si tuviéramos garantizado un mañana. Pero la verdad es que no hay certezas. La fragilidad de la vida se manifiesta en un instante: un diagnóstico inesperado, un accidente imprevisto o la partida repentina de un ser querido. En esos momentos el mundo parece detenerse, y nos vemos obligados a confrontar la realidad de nuestra mortalidad.

Esta fragilidad, sin embargo, no es motivo para el desespero, sino una invitación a vivir con mayor plenitud. Cuando aceptamos que la vida es finita, cada día se convierte en una oportunidad única. Las pequeñas cosas cobran un nuevo significado: el abrazo de un amigo, el aroma del café por la mañana… De repente entendemos que no son los grandes logros los que dan sentido a nuestra existencia, sino los momentos simples que a menudo pasamos por alto.

La historia está llena de ejemplos que nos recuerdan esta lección. Pensemos en las obras de arte que han sobrevivido siglos, creadas por artistas que ya no están, pero cuyo legado perdura. O en las palabras de filósofos y poetas que, conscientes de su propia fugacidad, nos dejaron reflexiones profundas sobre el significado de la vida. Estas huellas del pasado nos enseñan que, aunque nuestras vidas sean breves, nuestras acciones y emociones pueden trascender el tiempo. Los grandes pensadores existencialistas tenían claro que la vida es cosa de una sola vez.

Pero no hace falta mirar tan lejos para encontrar ejemplos de fragilidad. En nuestra propia experiencia, todos hemos enfrentado pérdidas que nos han dejado un vacío imposible de llenar. Sin embargo, es precisamente en esos momentos de dolor cuando descubrimos nuestra capacidad de resiliencia. Aprendemos a valorar lo que tenemos, a perdonar más fácilmente y a amar con mayor intensidad. La fragilidad, entonces, se convierte en un catalizador para el crecimiento personal. En última instancia, la vida es un equilibrio entre la aceptación de su fugacidad y la búsqueda de significado. No podemos controlar cuánto tiempo estaremos aquí, pero sí podemos decidir cómo viviremos el tiempo que nos es dado. Cada día es una oportunidad para ser recordados y recordar a los que nos dejaron.

Así que, mientras caminamos por este mundo incierto, recordemos que la fragilidad no es una debilidad, sino una característica inherente de la existencia. Abracemos la impermanencia como una fuerza que nos impulsa a vivir con gratitud, compasión y autosuficiencia. Porque, al final, es en la aceptación de nuestra fragilidad donde encontramos la respuesta al sentido de la vida, que no es otro que el fin.

La vida es breve, pero para nosotros es eterna mientras dura. Hay que vivir como si ya no nos jugásemos el futuro, vivir de verdad como si fuésemos conscientes plenamente de que se acaba.

Tracking Pixel Contents