Opinión | PENSAMIENTOS

Felipe Armendáriz

Cismáticas entre dos siglos

Confieso que estoy enganchando a la historia de las monjas cismáticas de Belorado, cuya vida es una mezcla de cuadro costumbrista del siglo XIX y de las más modernas técnicas de comunicación y uso de las redes sociales.

Estas hermanas me caen bien, pese a reconocer que están profundamente equivocadas. Desde el punto de vista de la ortodoxia católica casi nadie discute que se han apartado (voluntariamente) de la Iglesia de Roma. Se trata de un caso claro de cisma, minúsculo en comparación con la ruptura del protestantismo. La liviana escisión, no obstante, ha tenido muchísima trascendencia gracias a los medios y las redes.

Una pequeña comunidad, cual aldea de la Galia, se ha rebelado contra el Vaticano por causas económico-doctrinales. La Iglesia ha reaccionado invitándolas a rectificar y regresar al redil. Han persistido en su postura y han acabado en su mayor parte excomulgadas.

Ahora están pendientes de que la justicia civil resuelva el entuerto. Tienen todas las de perder y pronto serán expulsadas de su hogar.

En el ínterin el Obispado de Burgos ha tomado el control económico y solo abona los cargos mínimos para que la comunidad no caiga en la indigencia. Jurídicamente ya no son clarisas, pero pienso que siguen siendo monjas, desnortadas, pero monjas.

Las religiosas viven en clausura, pero han tenido que escapar del encierro para buscarse la vida. Son un grupo de mujeres tremendamente emprendedoras y valientes, quizás hasta la inconsciencia, la temeridad y la ilegalidad administrativa.

Entre sus proyectos destacan un criadero de perros-guía; el primer restaurante de clausura del mundo; una casa rural; la edición de discos con temas franciscanos; y los apetitosos dulces artesanos, con siglos de tradición.

Para estos y otros negocios se han valido de internet y de los muchos avances tecnológicos del siglo XXI.

Sin embargo, las protagonistas se rodean voluntariamente de personajes propios de novelas de Pío Baroja o Benito Pérez Galdós. Viven en el siglo XIX porque así lo quieren. Falsos obispos y sacerdotes, ataviados a la moda de Isabel II y que hablan como si fueran capellanes de los ejércitos carlistas, pululan por Belorado. Las hermanas necesitan directores espirituales y los buscan en «iglesias» paralelas a la oficial, de la que han renegado.

Sabemos que han invertido en valores y que, cuando la Bolsa se asustó por la Guerra de Ucrania, vendieron el papel y compraron oro. La jugada les salió bien y han conseguido liquidez para su huida hacia ninguna parte.

Disponen de prelado y presbítero particulares y hasta de jefe de prensa, algo insólito para un pequeño cenobio de Burgos.

Si en vez de ser religiosas ultraconservadoras, fueran una comunidad de mujeres progresistas, las feministas las habrían ensalzado por su empoderamiento. Serían unas luchadoras heroicas.

Probablemente ni tan siquiera saben hacia dónde van. Roma (mande un Papa u otro) es muy poderosa y fuera de su norma hace mucho frío. ¿Podrán seguir viviendo en clausura a pesar de tener que trabajar en algo tan esclavo y abierto al público como la hostelería? ¿Conseguirán hacerse cargo de las hermanas mayores e impedidas? ¿Dónde instalarán su morada si son desahuciadas? ¿Sus pastores ultramontanos serán fiables? ¿Servirán para algo? ¿Seguirán unidas?

No tienen pinta de rendirse. Mientras, Mario Iceta, arzobispo de Burgos, no duerme pensando en el próximo titular de este peculiar suceso.

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