Opinión | Arte-fastos

Monumentos en las alturas

Monumento en las alturas

Monumento en las alturas / ESTHER MELGUIZO

Dentro de las corrientes artísticas contemporáneas sigue vigente una praxis que descontextualiza los objetos de su función útil, primaria, alejada de su catalogación como bienes de consumo o prestos a ser arrumbados en megavertederos de latitudes exóticas y nombres impronunciables (Agbogbloshie, Mbeubeuss, Bantar Gebang…), ya sea por dictados de la moda o por el implacable avance de la tecnología. Pero muchos de esos objetos inútiles perviven en el imaginario colectivo, habitan en esos lugares de la memoria donde la amnesia posmoderna aún no ha arrasado toda posibilidad de generar historias, no ya de tintes nostálgicos sino con una pulsión humanista; lugares investidos, al decir de Marc Augé, «de verdad y de vida», cuya competencia sólo atañe al campo del arte.

Esta labor, cómo decirlo, de rescate objetual, de imágenes encadenadas a recuerdos imperecederos, puede adoptar diversas poéticas: fragmentación narrativa de tonos fríos (Julio Pardo); reflexiones sobre la espera y el tiempo (Pilar Beltrán); o escenografías sintéticas de acusado lirismo, seña de identidad de la pintora y grabadora que nos ocupa, la granadina Esther Melguizo (1977). Licenciada en Bellas Artes y poseedora, entre otros, del premio María Teresa Toral (XXI Premios Nacionales de Grabado, MGEC, Marbella, 2014), recupera de un pasado no lineal motivos vinculados a la memoria social y a la memoria íntima; territorios donde la pugna realidad/ficción se dirime en ámbitos de soledad y silencio.

Mediante una figuración pulcra y detallista, estas cartografías establecen sutiles nexos emotivos entre el archivo personal y el tiempo suspendido, cuyo paradigma es la serie V (óleos sobre tabla fechados entre 2012-2014). En ella Melguizo recrea espacios artificiales, indefinidos, ajenos a toda coordenada geográfica o anclaje temporal; fondos monocromos con marcados gradientes de valor que resaltan o aíslan ingenios mecánicos premodernos u obras de ingeniería actuales, como autopistas en construcción (A7), plataformas petrolíferas (Basf) o puentes elevados (Bir Hakeim). Esta propensión a las alturas culmina con la presencia de monumentos a la ingravidez: el zepelín y, cómo no, el globo aerostático, que surca cielos (si se les puede llamar así) sin derrota ni tripulación, al albur de vientos ignotos (Balloon) o paralizados por invisibles fuerzas cósmicas (Globo III). Y siempre a la espera de ese soplo de vida, de ese recuerdo íntimo que Esther Melguizo se demora en proporcionar.

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